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martes, 8 de marzo de 2011

Y yo con estos pelos... literalmente

Pues nada, aquí estoy de vuelta (separado, que conste), tras largos días sin dar señales de vida, que vosotros, oh mis fermosos seguidores, habréis pensado que ya, definitivamente, los sesos se me habían hecho agua del todo... Pero no, es que estaba muy ocupada haciendo el vago y cronometrando tiempos, a ver si era verdad la tontería esa de "bajando los límites de velocidad, aumenta la velocidad media". Jajajá, que graciosoooo, me parto el culoooo.
En fin, como no suelo llevar cronómetro encima (bueno, sí, lo llevo, pero sólo me acuerdo de ponerlo en marcha algunas veces y, de pararlo, nunca, os lo podíais imaginar, ¿verdad?), he tratado de hacer el cálculo del consumo con mis célebres unidades claras y precisas, a saber, ¿Cuántos veintenapos me gasto al mes en gasofa?; en cuanto al tiempo, lo he medido en magosdeozes, que es el cd que llevo ahora mismo en el cacharro del coche. Mis conclusiones las publicaré en cualquier revista científica un día de éstos pero, por si acaso se me olvida hacerlo (o el consejo de redacción no me admite el articulillo), os comento que tardo más en llegar (algún día mediré cuánto) al curro y no sé si el gasto ha disminuido, porque aún no he llenado el depósito. Pero, pa mí, tal cual van las revoluciones de mi pobre trastillo, que va a ser que no ahorro mucho tampoco.
Total, mis investigaciones me han dejado en la misma situación que antes, pero con el pelo más largo. Ya sé que, para vosotros, esta aseveración no tendrá sentido, pero es que, en vez de ir a la pelu, que era lo que tenía que hacer hace mogollón, me he dedicado a pensar gilipolleces y me he gastado las pelas en gasolina y, claro, mis luengas melenas ya estaban necesitando un arreglo total, porque el otro día trataron de regalarme en el metro muestras de un champú antiliendres (que conste que esto es mentira y muy gorda, faltaría más).
A lo que iba, que llevaba sin ir al peluquero varios meses y me he dicho a mí misma "ya te vale, colega", así que he aprovechado un momento de pausa en mis cálculos y me he largado para allá.
Y no sé a vosotros, pero a mí me ataca lo de cortarme el pelo.
Lo primero, porque siempre está la peluquería hasta la boina de gente. ¿No podría yo ser un poquito más original y pasarme por allí cuando está vacía? ¿O pedir cita, como hace la gente fisna? Pues no, tengo que aparecer cuando más mogollón hay, todo lleno de peña con papeles de plata en la cabeza, que parece que se han cogido los rulos con el envoltorio de los bombones, las muy glotonas... y yo también, para qué engañarnos. Snif.
Vamos, que llegas ahí, te embadurnan de pringue, te envuelven en Albal, como el jamón y, para colmo, te tienes que apañar todo el rato en unos silloncitos incomodísimos, que no te cabe el culo ni nada (seguro que son ergonómicos) y esperar siglos bisiestos a que eso prenda, porque tiene que prender, como la vacuna de la viruela. A ver si un día me incendio...
El caso es que mi pelo es de los rebeldes (¿acaso lo duda alguien?) y tarda miles de años en coger el tinte. El próximo día me lo doy yo en casa, con el cepillo de los dientes y algún colorante alimentario, que los hay de tonos muy chulos.
Para cuando la cosa está lista, ya me he leído unos veinticinco capítulos de mi libro (como se nota que lo pillo al azar, antes de salir. ¿Para qué me habré traído un método de síntesis de redes lineales? Si ni siquiera sé lo que es). Entonces empieza la verdadera tortura: que te saquen todos los papeles del chocolate, que se han quedado pegados al pringue y te pegan unos tirones que te cagas. Además, la peluquera parece que está abriendo sobres sorpresa: te mira los pelos como si esperara encontrar algo vivo dentro del envoltorio. Luego viene la negociación, que si "¿te pongo champú para cabellos verdes?" "pero si no tengo el pelo verde", "bueno, pues entonces una crema acondicionadora", "pero ¿eso no es para untar en el pan?", "ah, pues te las matizo", "¿que me matizas el qué?", "las mechas, mujer", "ah, ¿pero no eran reflejos?", "bueno, reflejos o mechas, es lo mismo", "entonces, ¿me tienes que decolorar mis pringosas guedejas?", "nooooo, para los reflejos no", "pues, ¿en qué quedamos?". En fin, un diálogo para besugos en el que, al final, tienes la sospecha de, sin comerlo ni beberlo, haberte gastado unos 30 napos en sobrecitos de champú pero, al final, no tienes ni puta idea de cuál te han puesto.
Parece que todo ha terminado, pero aún queda lo peor: hala, córtate ahora, si tienes huevos.
Porque todo peluquero que se precie tiene una idea clarísima de lo que hay que hacer con tu pelo... y casi nunca se parece a la que tienes tú. Pero claro, es que con tu cara de cabra, quedan mejor unos tirabuzones color oro viejo, lo saben ellos muy bien, que para eso te analizan las facciones... que significa que te hacen lo que les sale de la bolilla y tú te crees que es tratamiento personalizado. Otra vez a discutir: "que no quiero extensiones", "pero si se llevan mucho", "pues que se lleven, yo quiero una permanente afro - esto no es verdad, que conste -", "pero si te va a quedar muy bien, ya verás", "que no, que no quiero ricitos en la frente, como Supermán", "uy, si luego, con el cardado de encima de las orejas, no se nota, ya verás", "¿cardado en las oreeeejas? ¡Socoooooorrooooo!".
Al final, mientras el resto de la sala se descojona de ti, consigues lo que tu crees que es un trato justo: "ahora me cortas como yo te digo y la próxima vez, palabrita del Niño Jesús, te dejo hacerme lo que quieras". Y el/la peluquer@ sonríe y dice: "eso, eso", porque ya ha conseguido coger las tijeras y amarrarte las manos a los brazos del sillón.
De pronto, ves una nube de pelos de colorines que flotan ante tus ojos. Crees que es el inicio de una de esas migrañas fulminantes, pero no, es una maquinilla que, por lo que parece - la nube es bastante tocha - te está haciendo la tonsura en la coronilla. Y tú piensas "ay, la hostia, con lo agusto que estaba yo calculando el consumo de mi coche a 110". Luego, de la nada, surge una genuina navaja de barbero (pero ¿eso existe todavía? ¿o he ido a dar con el primo de Jack, el Destripador?), que te recorta el cogote. Piensas en tus fieles remolinos: están allí desde antes de que tú nacieras y ningún peluquero ha conseguido domeñarlos, ¿por qué cojones insisten?
Mientras, las tijeras hacen "chacachacachaca" y tú crees que están hablando con tu pelo, pero no, lo están atacando y el pobrecillo, no tiene forma de defenderse. Viendo la cantidad que cae por doquier, tienes la sensación de ser el "primo Eso", de la familia Addams. Y ¿qué hace ahora éste con la plancha? ¿Es que el pelo se plancha? ¿Por qué no me plancha, mejor, la camiseta? Se lo agradecería mucho más... Mamáaaaaaaaaaa.
Total, cuando termina la tortura y te acercan el espejo, piensas que estás viendo a María Callas caracterizada para interpretar "Cats". Jodóoooo. Lo peor de todo, es que te van a cobrar una pasta por esto y que tú vas a salir de la pelu con la idea de, en cuanto llegues a casa, lavarte la cabeza y peinarte con los dedos (al menos, es lo que yo pienso).
Hay algunas ocasiones - pocas -, en las que, cuando te miras, te ves tan mona, oye. Cuando pagas, hay una oferta de cortes retro o yo qué sé y te sale más baratillo. Sales tan feliz y contenta, creyendo que el mundo es un lugar hermoso y, por supuesto, está lloviendo.
No pienso extenderme más con este engorroso asunto, creo que os habrá quedado bastante claro que, para mí, ir a la peluquería, no sólo es un pastón, sino un estrés y un sinvivir.

4 comentarios:

  1. Muy bueno, lo de lloviendo cuando sales de la peluquería. Mira que llueve poco en Zaragoza, y es un hecho fijo que cuando Lucía y yo vamos, llueve. Bueno, tampoco vamos mucho a la peluquería, las cosas como son.
    El estrés y sinvivir empieza cuando, por mor de decoradores y decoratrices, las peluquerías tienen unos ventanales diáfanos que todo el que pasa o te ve con el cuello retorcido mientras te lavan la cabeza, o con el pelo lleno de papel albal y metido en una bolsa de plástico, o aún peor, con los rulos puestos y la cabeza metida en un casco de la NASA que dicen que es un secador. Eso sí es un estrés y un sinvivir, queridos, que pagues por arreglarte (si lo nuestro tiene arreglo) pero primero seas sometida a la exposición pública del proceso. Y encima, te cueste una pasta como para arreglarte (éso sí que no tiene ni arreglo ni solución) el mes.

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  2. Ay, amiga, qué razón tienes. Lo que más duele de la pelu no es el aspecto ridículo de las fases intermedias (y mira que ver a la gente con el pringue en las raíces es penoso), ni los papelitos de plata escondiendo quién sabe qué pringosos tesoros, ni la cara de gilipuá que se te pone cuando, aparentemente, "yatá" (miedito). Nooo, lo peor es la pasta que te cuesta. Y mira que he visto por ahí peluquerías que pone "corte a 5 euros", pero son todas de hombres. Ah y sólo dice lo del corte. Nunca me he encontrado una que diga "fermosos ricitos coloreados a 5 euros" o "páganos sólo si te mola la herejía que te hacemos". Se ve que saben que somos unas pringadas y que, al final, nos guste o no, dejaremos que nos pongan tropemil historias en la cabeza, que parecemos unas locas, pagaremos religiosamente, juraremos en hebreo hasta en la Internete y, dentro de un par de meses, todo volverá a empezar. Snif.

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  3. ¡Qué casualidad! acabo de venir de la pelu. Palabra, que no miento... a diferencia de vosotras dos, contertulias estresadas mías, yo disfruto como una enana, voy una vez al mes majomeno, a darme las mechas y a cortarme las puntas; a veces me da una ventolera y me cambio el color, a negro, o a rojo, y me intento dejar melena o me corto hasta que se me transparenta el cerebro. Me leo los tres o cuatro últimos Cuores, hablo de partos y trapos con las peluqueras y un par de clientas con las que suelo coincidir, caigo en la trampa de comprar "ese suavizante tan bueno que me pusiste el otro día" y, eso sí, ahí no difiero, me llevo un soponcio, (momentáneo, qué coño) cuando me dicen lo que debo esta vez... prometo no volver (estas chicas son unas careras) pero llego a casa y a pesar de que mis hombres son unos rancios y no me notan nada, me miro al espejo, ése mismo que por la mañana me ha ordenado ir a la pelu aunque llueva, no seas rácana, y me veo como 10 años más joven.
    Así que, ¡bien por mí! lo único que me supone estrés es que invierto toda la tarde y ya no tengo tiempo ni para pensar en la cena.
    Tengo que añadir también que cuando vienen los cargos de la tarjeta me hago el propósito de la próxima vez sólo lavar y marcar, pero la cosa de teñirme en casa, que también la he probado, me provoca mucho más estrés, chorreando colorines por todo el baño, sobreexposición que me deja el pelo quemao, manchas en las toallas, en mi frente, en las patillas de las gafas, etc. Hijas, qué le vamos a hacer, la calidad no es cara, pero eso es sólo si te peinas en el Lidl.

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  4. Tengo que probar lo de pelarme en el Lidl, porque me quedo temblando cada vez que salgo de la pelu y eso que la chica me regala unos botecitos que se llaman algo así como "serum capilar", que no sé para qué coño sirven y los voy colocando en el armarito del baño. Tal vez, cuando reuna media docena, juegue con ellos a los bolos o, tal vez, se me ocurra un guiso al que pueda añadirlos. Porque como sean para que los cabellos me crezcan aún más frondosos, hay que joderse...

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