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martes, 18 de diciembre de 2012

¿Y qué le vas a pedir a los Reyes?

Todos los años, al llegar estas fechas, a nuestros simpáticos monarcas de Oriente les sube la tensión y el colesterol se les pone también por las nubes, todo por nuestra culpa, que somos unos pedigüeños incansables, que parece que nos ha hecho la boca un fraile...
Y claro, una de las cosas que les tiene cardíacos es que llevamos dos mil años mandando mal las cartas. Porque yo recuerdo que, cuando era pequeña, hacía unos sobres la mar de historiados (bueno, tampoco hay que exagerar, que he sido siempre "pelín" torponcilla para el dibujo) donde, con letra de esa encadenada, que nunca me salía bien, ponía "SSMM Reyes Magos de Oriente", que eran las señas que, según mi madre, aparecían en las Páginas Amarillas...
Pero resulta que, según el papa, nos hemos hecho todos un lío y hemos estado mandando nuestras listas de regalos a una dirección equivocada, que los Reyes no son de Mesopotamia, sino andaluces resalaos, de Cádiz o Huelva, que según nos contaban en la facultad eran las posibles ubicaciones de Tartesos.
El caso es que, si te fijas un poco, no deja de tener su lógica la cosa. Yo, desde siempre, me había preguntado de dónde demonios sacaban Sus Majestades esos pelucones, barbucias enormes y trajes brillosos que lucen en el desfile... ¡pues de los carnavales de Cádiz! Ellos tienen la suerte de poder usar el disfraz dos veces al año, no como nosotros, que cuando llega la siguiente temporada tenemos que comprarnos otro, porque hemos engordado y ya no nos cabe (snif).
Pues sí, señor, Melchor, Gaspar y Baltasar, además de aficionados a la astronomía lo son también al flamenquito, el manzanilla, los boquerones fritos, la Alhambra y el lince de Doñana, morenos de verde luna y herederos de los atlantes... Si es que la Atlántida pilla de verdad por ahí, que hay teorías para todos los gustos.
Lo que yo no entiendo es que Lucas (¿era Lucas? creo que sí) diga que llegaron, más despistados que un pulpo en un garaje y preguntando a quien no debían, "unos magos de Oriente". Que si hubiera dicho "unos magos de Ugarit" o algún nombre así raro, pues podía haberse confundido, pero ¿Oriente? Si yo creo que es lo único que sabemos todos desde pequeños, dónde está el Este, porque por ahí sale el sol y porque es de donde vienen los Reyes, coño.
Esta duda me corroe hace tiempo y amenaza con convertir mis noches en páramos insomnes y mis días en una sucesión de horas aleladas... Es decir, como siempre.
Pensando, pensando, se me ocurren algunas soluciones ortodoxas al dilema: una, que el evangelista estuviera mirando el mapa del revés y claro, le pareciera que venían por el otro lado; otra, que ellos mismos, al ver que la estaban liando parda en Jerusalén, dijeran "no, si venimos de Oriente", para despistar un poco. Y la tercera y más probable, que vinieran dando la vuelta por el otro lado y claro, pareciera que llegaban del Este. Así les llevó dos años el viaje, que los camellos resisten lo que sea, pero rápidos, lo que se dice rápidos, no son. Ya sé que me diréis que hay carreras de camellos y que corren que para qué, pero sólo son buenos al sprint, como dicen los entendidos.
Total, que me imagino a los pobres, con los turbantes, las pelucas y los camellos atravesando toda Europa, que no me extraña que luego, tras ver al Niño Jesús, se volvieran a su casa por otro camino, uno más corto, claro.
Pero lo peor de todo estaba por venir, ellos ignoraban que a partir de ese momento les iba a tocar hacer regalos a todo el mundo, pues menudo morro que nos gastamos. Y son generosos, que conste, pero anda que no tiene miga la noche del cinco de enero, no sé cómo no dimiten.
Lo primero de todo, han tenido, durante años, que avisar en su oficina postal para que les lleguen las cartas. Que todas irían, si no, para Oriente. ¿Os imagináis a los pobres empleados de correos, estampando el sello de "desconocido" en las cartas de millones de niños? ¿O devoviéndolas al remitente? Si casi nunca poníamos el remite.
Puede parecer una tontería, pero los carteros deben estar hasta el gorro de clasificar todas las cartas siguiendo las órdenes dictadas por sus superiores: "que pone Oriente, pero son para Motril" o el municipio en que residan los magos, que para mí que viven en la serranía de Granada, haciéndose pasar por ingleses jubilados. Imaginad, si han elegido un pueblo pequeño, el pobre cartero repartiendo millones y millones de misivas y preguntándose "y estos tres ¿por qué coño tienen tanto correo?" y los otros disimulando "por favor, qué cantidad de propaganda que nos llega al buzón", todo para despistar y que no se descubra su secreto.
Luego, les toca pegarse unas panzadas a traducir todo aquello, que acaban medio locos. Recuerdo, por ejemplo, a un chiquitín que una vez pidio "una casita con nieve en el tejado". "Hala, Melchor, a buscarla, y rapidito, que todavía nos quedan treinta y seis millones más de niños". Y otro que pide "una bici como la de Manolito". "¿Guardamos las cartas del año pasado? Balta, anda, busca todas las que vengan firmadas por Manolitos, a ver si hay suerte y podemos averiguar cómo era la bici de las narices".
Y no creáis que las de los mayores son más fáciles, qué vaaaa, si ahora son peores los juguetes de los padres que los de los hijos, entre los iphones, smartnosequés, ipades o ipodes mp5 (tiroriro rirorinco) y blurayh3d que nunca saben, los pobres, si pedimos un artilugio tecnológico o les estamos mentando a la madre.
A lo que hay que añadir que nos pensamos que son millonarios. Caramba, a ver, dónde dice en el evangelio "unos millonarios de Oriente vinieron cargados de billetes", pues en ninguna parte, que no sabéis más que pedir, hombre. Como si a los pobres Reyes no les afectara la crisis, que a saber dónde tenían invertidos sus ahorrillos. Pues nada, una y otra vez intentamos que se arruinen. Egoistazos.
En fin, que ya veis cómo la vida de nuestros simpáticos amigos es un "infienno". Tienen que aguantar durante un mes que los niños se les suban a la chepa, les tiren de las barbas y les chillen en la oreja. Además, hacerse fotos con ellos y salir sonrientes y no con cara de "testrangulodesgraciao". Luego leerse las carta y localizar los regalos y, además, gastarse un pastonazo en ellos. A continuación, aguantar el desfile de la cabalgata sin que se les tuerza el turbante ni la corona, haciendo "asín" con la manita y sin poder bajar ni a hacer pis. Soportar que el alcalde de turno les pegue la charla y que los niños les piten durante su discurso. Pasarse la noche entera corriendo como posesos, para dejar todos los regalos antes del amanecer. Y comerse las galletas y beberse la leche, que están criando piedras en el riñón de tanto calcio y la diabetes es un fantasma que sobrevuela sus cabezas...
Y todo para que el día siete por la mañana, todo el mundo esté en la puerta de los grandes almacenes para cambiar los regalos conseguidos con mil sacrificios. De desagradecidos está el mundo lleno.
Os lo digo en serio, nunca valoraremos suficiente el esfuerzo de los reyes. Serán muy magos, pero su vida es un estrés y un sinvivir.

viernes, 23 de noviembre de 2012

Lo peor es la cara que se te pone...

Seguro que más de una vez habéis dicho esta frase: "lo peor no es que te pase tal o cual cosa, sino la cara de gilipollas que se te pone". Y es verdad verdadera, os lo aseguro. Hay cosas que, cuando te suceden, te alegras infinito de no ser alguien famoso, de los que anda siempre rodeado de una nube de "paparazzi" que inmortalicen tu cara, entre alelada y gafosa, porque te verías obligada a cambiar de trabajo, de amigos y, si me apuras, de ciudad, para empezar una vida de anonimato en otro lado, preferiblemente en las Antípodas. Porque el cachondeíto de los conocidos puede durar siglos y, la verdad, las primeras cuatrocientas veces que te lo recuerden te reirás, pero luego, como que acabarás un poco hartita de ser la rechifla de la peña...
Por ejemplo: imaginad que decidís comeros un delicioso yogur desnatado que es, además, el último de la nevera hasta que cobréis. Quitáis la tapa y tiene un dedo de ese suero asqueroso que se forma en la superficie. ¿Para qué demonios queremos ese maldito suero? ¿Por qué los fabricantes lo incluyen en su producto, si repugna a todo el mundo? ¿No lo pueden aprovechar para usos médicos? ¿Por qué narices una sustancia tan desagradable tiene que empochingar vuestro único yogur, pudiendo hacerlo con los de los vecinos, que todavía les quedan cuatro más?
Ya sé que me diréis que es un problema ridículo y con fácil solución: escurres el liquidillo en el fregadero, coges la cuchara y te lo comes (el yogur, no el liquidillo), que ya estás tardando. Pero no es tan sencillo (al menos, en mi caso, todo siempre se complica. Snif).
Coges el yogur, lo inclinas levemente... y nada, que no cae el agüilla. Lo inclinas un poco más... y ahí que se va por el desgüe, seguida del yogur entero, que se cae al fregadero, el muy cabrón, con un sonoro "choooooof".Total, que te has quedado sin merienda en cosa de dos segundos. Pero eso no es lo peor, lo peor es la cara que se te pone, una mezcla de asombro, desencanto y "hay que joderse". A lo que tienes que añadir que, además, salpica y se te quedan las gafas llenas de pegotes, que parece que te las ha cagado una paloma. Imaginad lo que valdría una foto así de Belén Esteban: millones de euros ¿no? Pues tú todavía tienes que agradecer que estabas sola en casa, que cualquier testigo se habría tirado la tarde entera partiéndose el culo de ti y diciendo "torponaaaaaaaaaaaa".
Y no creáis que es la única situación ridícula a la que os podéis enfrentar, que va...
¿No se os ha ocurrido nunca andar por la calle mientras leéis un libro? Yo solía hacerlo de adolescente... hasta que un día, al ir a coger el metro en Ciudad Universitaria, mi interesantísima lectura de Marvin Harris se vio interrumpida por otros dos sonoros "chofs" (chof y chof). Miro para abajo y ¡síiiiiiiiiii! Como no podía ser de otra forma, había metido los dos pies en un fermosísimo montón de cemento que estaba, supongo, ahí preparado para arreglar la acera. Y lo peor no fue tener que tirar las zapatillas al llegar a casa, noooooo, lo peor fue la cara de imbécil que se me puso, agravada por la intervención de un viandante, que se vino hacia mí y me dijo, en tono confidencial "creo que te has manchado un poco". Qué jodío. Eso debían decir los mafiosos a los enemigos a los que hacían los zapatos de cemento antes de tirarlos al mar, "creo que te has manchado un poco el bajo de los pantalones, pero no te preocupes, que en cuanto te ahogues se te pasará la preocupación".
Pues la cosa puede ponerse peor todavía: Una pareja conozco que, el día de su boda, cuando iban hacia el hotel donde se iban a hospedar, ¡hala!, metieron el coche en un alcorque y tuvieron que salir, vestiditos de gala, a sacar la rueda rebelde a pulso. Pero lo malo no fue engorrinarse el traje, lo malo fue la cara de tontos que se les puso, mientras los que pasaban por ahí no sabían si estaban viendo a dos pringadillos o siendo testigos de un programa de cámara oculta. Imaginad que le hubiera pasado eso a la duquesa de Alba en su última boda. Los de los programas del corazón habrían abierto un debate de quince o veinte horas, con ciento sesenta contertulios, para discutir si la escena estaba o no preparada...
¿Y qué decir de cuando descubrís que estáis intentando fichar en el trabajo con el abono transportes? Lo peor no es que el reloj de fichar se vuelva loco con la banda magnética, qué vaaaaa, lo peor es la cara de idiota que se te queda cuando, sin haberte dado cuenta todavía de la enorme chorrada que estás haciendo, miras la pantallita y ves que tu hora de entrada no se ha registrado. Generalmente, cuando algún compañero te saca de tu error, generalmente con un "¿se puede saber qué coño haces?" muy apropiado, ha pasado la hora y has fichado tarde (más snif).
Podría seguir poniendo ejemplos, ya sabéis que me encanta enrollarme horas y horas, pero creo que habéis captado la idea ¿verdad? Ahora bien, no vayáis a pensar que yo soy la única  a la que le pasan estas estupideces, también vosotros lo sufrís en vuestras carnes. A ver ¿quién no ha intentado cambiar el canal de la tele con un mando que no era el de la tele? Ahí, delante de la pantalla, moviendo el mando de, por ejemplo, el aire acondicionado, apretando el botón con más fuerza y mascullando denuestos... hasta que caéis en vuestro error.
Y no lo neguéis, lo malo no es que hayáis tardado media hora en daros cuenta, que los botones del mando se hayan quedado para adentro por la fuerza con que apretábais y esas cosas, para nada. Lo peor es la cara de merluzo que se te pone, con la lengua medio fuera, los ojos guiñados, que parece que te están entrando ganas de ir al váter.
A lo que tienes que añadir que, al menos en mi caso, estas absurdas situaciones se van a repetir periódicamente y me acompañarán durante toda mi vida, que para eso soy, según no sé qué instituto noruego de ciencias del comportamiento, uno de los seres más despistados de este planeta, con lo que sospecho que por años y años esa cara de mema no me abandonará, para el regodeo de los que me rodean y eso sí que es un estrés y un sinvivir.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Gastronomía absurda


Pues yo estaba tan feliz estos días, pensando en mis croquetas de cocido y la posibilidad de hacerme inmensamente rica con ellas, gracias al asesoramiento de mi amigo Ignacio. Como que me planteaba hasta dejar el trabajo y montar una PYME de distribución y decoración de fritillas que diera trabajo a varios cientos de miles de desempleados… Pero, mi gozo en un pozo, creo que no voy a tener sitio en el mercado.

Y vosotros me diréis “¿cómo no va a haber, en este mundo globalizado, un huequecillo para tan delicioso manjar?”. Eso pensaba yo, pero la televisión se ha encargado de desilusionarme.

Resulta que llevo todo el finde vagueando en casa, con el mando de la tele en la mano y he zapeado en torno a unos cuantos programas de cocina y me he convencido de que no hay cabida para mis croquetas, pobrecitas, no están de moda.

Ya sé que me diréis que no hay que prestarle tanta atención a la tele… Ya lo sé,  es lo que nos recordaban constantemente nuestros padres cuando éramos pequeños.  Pero ellos lo decían para que hiciéramos los deberes. Además, por aquel entonces, sólo había dos canales y no funcionaban todo el día, así que el telediario y el fútbol no dejaban espacio a la gastronomía en la pequeña pantalla.

Pero ahora, amigo, entre las cadenas privadas, la tdt, la televisión por cable y los programas que se pueden “seguir por internet”,  las recetas lo han invadido todo. Hay un canal que hasta tiene por logotipo un huevo frito, por si acaso te queda alguna duda cuando lo encuentras… Y es que, desde que les ha dado por cantarnos las excelencias de lo que comen en lugares exóticos y nosotros nos perdemos por haber tenido la enoooorme desgracia de haber nacido aquí, hay veces que no tengo muy claro si estoy viendo un programa de cocina, una película de Wes Craven o los documentales de “El último superviviente”.

Porque, a ver ¿a vosotros os parece normal que un amable cocinero o cocinera, con un gran desparpajo y total descaro, os prepare, ahí mismo, una menestra de gusanos fritos o unas tripas de lagarto al horno? Que a veces creo que están reponiendo  “Indiana Jones y el templo maldito”… hasta que me  percato del huevecillo en la esquina superior derecha de la pantalla y compruebo que no nos cuentan esas guarrerías para darnos asco, que pretenden que nos las comamos.

Claro que tampoco deben estar ellos muy convencidos: si te tratan de vender la moto, contándote que es lo típico de un sitio, mal vamos. También tenían, en las islas del Caribe, la costumbre de papearse a los de las tribus enemigas y todavía no me he encontrado, en la carta de ningún restaurante, misioneros al ajillo o estofado de hinchas de tu equipo rival.

Tampoco me convence que me cuenten la inmensa cantidad de proteínas que me estoy perdiendo por no merendar bocatas de bichos, en vez de un sándwich de queso. Siempre he pensado que, cuando te tienen que convencer de lo maravilloso que es algo, o bien está malísimo, o bien no lo tienen ellos tan claro. ¿Os imagináis diciéndole a un tío del Medio Oeste “sí, esta tortilla de patatas no tiene un aspecto muy agradable, pero tiene muchos hidratos de carbono, necesarios para la correcta nutrición y, además, cuando te acostumbras al sabor, está incluso rica”? Ridículo ¿verdad?

Bueno, pues si cambias de canal te encontrarás a un cocinero calvorota, que viaja por el mundo catando las repugnancias más exóticas y, encima, poniendo cara de entendido y diciendo que si el sabor es gomoso, con un toque a tierra y tripas de vaca, que lo convierte en algo absolutamente delicioso… Vamos, hombre, qué coño delicioso, no sólo tiene que ser repugnante, sino que puede que te envenenes (o que ya  te hayas muerto intoxicado en algún atolón del Pacífico y todo lo que yo  veo sean reposiciones). Comparas la cara de Bear Grylls y la de este tío, ante el mismo plato y ¿con qué te quedas? Yo, desde luego, me fío más de Bear Grylls, sobre todo cuando se retira a unos arbustos para vomitar la última tanda de cojones de cabra crudos que se ha tenido que apretar, por mor de la audiencia, ante la rechifla de una tribu de beduinos que lleva quinientos años gastándole la misma broma a los visitantes, mientras ellos se inflan a cordero asado con verduritas.

Pues nada, le das otra vez al mando y te encuentras a algún otro chef,  éste con su correspondiente gorrito cocineril, que hace tan mono (hasta he visto alguna que se lo coloca en plan txapela) utilizando las piezas del taller de coches de la esquina para montar lo que, según él o ella, es “una deconstrucción de lentejas al fumé de salmón”. Sí, claro, “fumé” es como está él, si se dedica a esas cosas. Además ¿para qué necesita un instrumental tan enorme? Mi abuela se apañaba con un cuchillo, una espumadera y una cuchara de madera y éstos tienen:  un soplete, para fundir el azúcar; unas piezas, que parecen cachos de tubería serrados y él llama “moldes”, para hacer “pasteles” de cualquier cosa extraña; una colección de cucharillas, tenedores y cuchillos que podrían haber salido del maletín de un médico psicópata y que se utilizan para arrancar bocaditos de una manzana en forma de pelotillas, floripondios y maripositas, según le dé. Así pasa luego, que ves la comida y tienes la sensación de estar a punto de zamparte las canicas de tu sobrino y los pasteles de arena que hacías de pequeña en la playa, con el cubo y los moldes.

Además, todos los sabores están cambiados: lo que de siempre era dulce, pues ahora es salado; lo que era salado, se le añade un toque de miel, de cocacola o de lo que sea, para crear eso que llaman “contraste” y que nuestras madres llamaban “hacer guarrerías”.

Luego, claro, te partes las caja cuando  la gente te mira como si fueras de otro planeta porque un día te zampas una hamburguesa, pero les parece de lo más normal probar las criadillas de burra con salsa de gusanos, en una sopa cocinada con algas recogidas en la playa, sacándoselas de entre los dedos de los pies a los bañistas. Como si no hubiera que tener espíritu aventurero también para encasquetarte, entre pecho y espalda, una cantidad de colesterol semejante a la que contiene un "cuarto de libra". Y ya, ni os cuento con la “nouvelle (que ya no es tan nouvelle) cuisine”, que todo el mundo está de acuerdo en que un plato de un metro cuadrado para contener, en su centro, un canapé de foie, rodeado de canónigos y “salseado” con vainilla, puede no ser un asco (a lo mejor si está rico, después de todo), pero sí una risión.

Lo peor de todo esto es que mis croquetas no pueden competir con el poder de la televisión, creo que yo no doy el tipo para tener un programa. En serio, imaginadme con un gorro de cocinera para recogerme los pelos, las gafas salpicadas de aceite y mi fantástico delantal con la receta del gulash, ante una cocina enorme e impoluta, contando al público: “pues coges la carne que ha sobrado del cocido… ¡ay, coño, que se me cae el morcillo!, la picas bien picadita –jo, vaya mierda de tijeras -, preparas la bechamel, sí, ya, hay que hacerla a manubrio, pero a mí me sale hecha una birria, así que le tengo que meter batidora”… y así hasta culminar con la enorme bandeja… No sé qué pensáis vosotros, pero yo creo que sería una juerga y, a la vez, una vergüenza.

En fin, que después de tener en mis manos la llave de una enorme fortuna, los bichos fritos y la espuma de gambas me condenan a seguir con lo mío. Vamos, una faena y, sobre todo, un estrés y un sinvivir.

lunes, 22 de octubre de 2012

Una tanda de croquetas

¿Os acordáis, cuando hablaba de "puñadejos, chorrillos y palmos", que os dije que la expresión "una tanda" podía aplicarse a cantidades ingentes de comida, como croquetas y albondiguillas? Pues eso es lo que me ha pasado este fin de semana cuando, sin saber cómo, me he encontré ante una montaña de bechamel, dispuesta a aprovechar los restos del cocido...
Porque, tendréis que reconocer conmigo, las croquetas de cocido están que te cagas, pero más que te cagas aún es que las haga otro y tú pongas los cinco sentidos en zampártelas.
Lo malo es que nadie suele estar por la labor y existe para ello en internet un manido catálogo de excusas, entre las que podéis seleccionar la que más os mole: que si la cocina se pone hecha un asco, que si son muy laboriosas, que si las congeladas de la marca Tararí están buenísimas, que si ya no las haces porque los niños hacían ascos... En fin, lo dicho, elegid la que queráis y nadie os pondrá cara rara porque toooooodo el mundo que alguna vez se haya enfrentado a ellas sabe que prepararlas es un coñazo.
Pero yo tengo ese punto masocatontorrón y me da, algunas veces, por preparar comidas pantagruélicas (como aquella vez que hice un cuscús para dos y tuve que invitar a seis personas más a comer y aún me sobró... para hacer croquetas). Así que, el viernes por la noche, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, que todos los programas de la tele eran un bodrio que te pasas y que no me apetecía empezar un libro, porque acababa de terminar otro, agarré la batidora (sí, ya lo sé, soy una hereje... pero la bechamel de las herejes "nunca" tiene grumos) y me puse manos a la obra.
Lo malo es que yo aprendí a preparar las deliciosas fritillas con el vademecum de la cocina anterior a Simone Ortega, a saber, el libro de cocina de la Sección Femenina. Joder, no os riáis, que es verdaaaaaaaaad. Ese ladrillo, que ya no encuentro en las librerías, tiene mogollón de recetas geniales (guay) y un enooooorme problema (no tan guay o, para ser más sinceros, jodóoooooo), que todas las cantidades están pensadas para una familia de seis miembros. Así que, si te ajustas a la receta, te pasas once mil días engullendo tu último engendro (y si eran albóndigas con pisto, pues no hay problema, pero si era arroz, se convertirá en una especie de engrudo y se lo comerá tu abuela).
Ya sé que me diréis que basta con unos pequeños cálculos para resolver un problema tan estúpido. Qué listos sois todos. Si me salieran igual de bien las cosas dividiéndolas por la mitad o por tres o por lo que fuera, habría conseguido una cantidad asumible de croquetas, pero ¡no me saleeeeeeee! Yo aplico los cálculos correctos y el resultado suele ser, unas veces, repugnante, otras, directamente venenoso.
Vamos, que prefiero, ya que me molesto en cocinar, que lo que guiso esté bueno, aunque me pase once o doce meses comiéndome los restos, en vez de tirarlo a la basura después de haberme tirado cuatro mil días preparándolo.
Todo este rollo es para deciros que, al final, con la carne que había sobrado del cocido, me dio para echarle un litro de leche a la bechamel y, a consecuencia de ello, todo se desmadró. Al principio no fui consciente de ello, mientras miraba cómo cocía en la cacerola (mi amiga Belén definió el sonido de la bechamel al cocer como "bulúnglues", a mí sólo me suena "chof chof potochof"); luego, cuando lo rectificaba de sal, me deleitaba en lo buena que estaba y, al verterla en la fuente, la ilusión de rechupetear la cuchara de madera y lamer la cacerola me impidió percatarme de la enormidad que tenía entre las manos.
Pero, ay, amigo, cuando fui el sábado a preparar las croquetas, entonces fue ello. Me salieron nada menos que ¡cincuenta! ¿Dónde coño voy yo con cincuenta croquetas? Pues ahí está: aperitivo el dmoingo, cena el domingo, cena el lunes... Para mediados de la semana que viene puede que me vea liberada de la maldición del reciclaje culinario.
Porque eso es lo que son las croquetas. O, al menos, eso era antiguamente: todos los restos de la cocina volvían al día siguiente convertidos en estos rollizos bartolillos. Bueno, todos no, nunca vi nadie que las preparara con sopa, con paella o con lentejas, por citar sólo tres ejemplos.
Ahora, si vas a una tienda de gourmets o como se escriba, las tienes de sabores exóticos, pero las de casa no tienen variedad: pollo, jamón, cocido y bacalao. Lo demás son pijadas. Pijadas muy ricas, por cierto.
Mientras consigo que mi fuente se vacíe, entretengo mi mente en alegres jueguecillos, ya sabéis que no puedo estar parada ni un segundo. En esta ocasión la idea que se me ha metido en la cabeza tiene que ver con mi imposibilidad para hacer los cálculos correctos con las recetas. Pues, para demostraros que es mentira y que sé calcular perfectamente, ahí va esta absurda disquisición:
Punto uno: ¿Sería posible que una persona se comiera su propio peso en croquetas? Respuesta: No. Nadie sería capaz de reconocer lo que pesa y, mucho menos, hacer semejante bechamel sin disponer de la batería de cocina del ejército.
Punto dos: ¿Cuántas croquetas serían necesarias para cubrir la distancia de Madrid a Cuenca? Esto es más fácil. Según internet, de Madrid a Cuenca hay 167 kilómetros. Mis croquetas son oblongas, pero suelen medir todas en torno a dos centímetros y medio. Así que necesitaría en torno a seis millones, seiscientas ochenta mil croquetas. Tócate las narices, con que´me tiraré hasta el día del Juicio y sólo hice cincuenta, imaginad más de seis millones.
Pero bueno, esa no es la cuestión, el tema eran los cálculos y, de momento, van bien.
Punto tres: Si me salen unas cincuenta por cada fuente, significaría que tengo que preparar ciento treinta y tres mil seiscientas bandejas de bechamel, es decir, la misma cantidad de litros de leche. Creo que me apañaré con la cornisa cantábrica. Menos mal, sólo me faltaba tener que irme hasta Suiza para una cuestión tan tonta.
Punto cuatro: ¿Cuántos kilos de relleno me harían falta? Pues, si echo unos cuatrocientos gramos de cosillas picaditas, debería emplear cincuenta y tres mil cuatrocientos cuarenta kilos de carne de cocido, por ejemplo. Y unos cuarenta y cuatro mil quinientos treinta y tres (con período) huevos para empanar todo el amasijo, antes de que se dé cuenta y huya, que se han dado casos.
En fin, sin contar con la harina, calculo que, de llevar a cabo mi proyecto, necesitaría algo más de la vida media de un europeo, no sólo para preparar tamaña cantidad de croquetas, sino, ya puesta, para comérmelas, que me salen muy ricas.
Me pregunto si ese récord está registrado ya en el libro Guinness, en la sección "chorradas". Pero, la verdad, me importa un carajo. Creo que, sólo con hacer los cálculos, ya he engordado unos quince o veinte kilos, tengo harina detrás de las orejas, las gafas salpicadas de pan rallado frito y todo ello por querer aprovechar los restos del cocido.
Ya sé que mis consejos pueden pareceros estúpidos, pero debéis hacerme caso: nunca hagáis tamaño montón de croquetas, os llevará siglo y medio, os pondréis redondos, os quemaréis la lengua al lamer la cacerola, acabaréis regalándolas a los vecinos, amigos y parientes, que os odiarán por ello y al final, como siempre, esto será un estrés y un sinvivir.

lunes, 8 de octubre de 2012

Y no te olvides de lavarte las orejas... so cochiiiiino

Mi amigo Ignacio está tan acostumbrado a que nos pasemos todo el día dándole la brasa a través de las redes sociales (que si "¿cómo arreglo la junta de la trócola del ordenador?", que si "¿cómo se dice en húngaro no tirar papeles al suelo?", que si "¿cuál es la diferencia entre una meiga y una bruxa?") que ha tomado la costumbre de avisarnos cada vez que se levanta de la silla, para que no le petemos el muro. Por eso es frecuente ver mensajes suyos del estilo de "¡a la duchaaaaa!" y yo siempre le pongo debajo "¿te has lavado las orejaaaaaas?" o cualquier otra variante de esa frase.
Por supuesto, Ignacio siempre se lava bien las orejas... algo que, aparentemente, yo no sé hacer, si hay que atenerse a lo que me saco de ellas todas las mañanas. Sí, ya sé, me diréis que por qué os cuento algo tan asqueroso, pero es que creo que no prestamos suficiente atención a nuestros enormes (en mi caso) apéndices auriculares.
... Y los que somos de natural gafoso no sólo necsitamos de ellas para oír, colocarnos pendientes (que ahora, no sé por qué, se llaman piercings) o acumular porquería: también nos hacen falta para sujetar las patillas. En fin, que si no te las restriegas hasta dejarlas relucientes tooooodos los días, puedes acabar siendo mucho más miope, algo que no os recomiendo, sobre todo ahora que ha subido el IVA.
Pero dejando de lado la estética (falta de ella, porque hay cada horterada por ahí que lo flipas) y el mantenimiento de nuestra capacidad visual ¿cuál es la verdadera función de las orejas?
Se supone que alguien realmente mueso, como los corderos, o incluso un zorrón desorejado, puede oír tan bien como el que parece, como decíamos de pequeños "un seiscientos con las puertas abiertas". Los egipcios se las cortaban a los esclavos y ellos seguían enterándose de lo que les mandaba el faraón (y pobres de ellos si no lo hacían). En fin, que su misión es, más bien, como lo de forrar las bolitas de la antena interior con papel de plata, cuando la tele era analógica, facilitar la recepción, pero sin exageraciones.
Pues qué bien. Dicen que la naturaleza es sabia y que la evolución tiende a optimizar los recursos de que dispone una especie y así garantizarle el éxito biológico, pero las teorías darwinianas se estrellan con las orejas. No valen casi para nada (bueno, salvo que seas un elefante y las necesites para refrescarte la sangre agitándolas, pero excepto un par de genios, entre los que se encuentra mi cuñado, no conozco a nadie que las mueva demasiado).
Además, son horrendas. Feas, inútiles y, para rematar, completamente ignoradas.
Dicen de las mujeres que siempre nos estamos quejando de nuestro pelo y de lo gordas que estamos; que las adolescentes se preocupan casi exclusivamente de sus tetas; que los culturistas prestan atención a cada músculo de su organismo. ¿Alguna vez habéis visto a alguien que hable del cuidado de las orejas? ¿Alguna persona que se las haya asegurado por una cantidad millonaria, como hacen los futbolistas con sus piernas? Nada de nada. Sólo nos acordamos de ellas cuando vemos algún viejo orejudo y nos da la risa... hasta que pensamos que, en unos años, estaremos exactamente igual. Entonces, ya no tiene tanta gracia.
Pero descuidarlas puede convertirse en un infierno, os lo aseguro. ¿Quién no ha oído alguna historia sobre aquellos fríos polares que, según nos cuentan, había antaño y ahora no? Pues entonces, a nuestros ancestros, se les llenaban las orejas de sabañones y creo que pican un montón.
¿Qué más? Vosotros probad a pasaros el dedo por detrás, cuando os quitáis las gafas por la noche. En más de una ocasión, pese a vuestros intentos higiénicos, habréis sacado pelusillas.
¿Y qué decir de quienes, como yo, se colocan un mechoncillo de pelo, en plan coqueto? Coged un espejo y miraos el cogote después de haberos puesto mechas, ya veréis como están todas rojas.
Aún puedo contar más desgracias. Por ejemplo, los que tenemos el lóbulo pegado (según uno que conozco, es porque somos ochomesinos), tenemos que rascar ahí a base de bien, porque luego suda y huele mal.
En fin, que por todas estas razones y otras muchas, dedico un buen rato todos los días a poner las mías en orden y por eso se lo recuerdo a Ignacio...
Todo inútil... En el último reconocimiento médico, cuando me hicieron la audiometría, además de decirme que estoy más bien teniente, también me comunicaron que tenía un tapón en el oído izquierdo. Tócate las narices ¿y mi meticulosa limpieza? ¿Para qué demonios ha servido?
El resultado, mogollón de días echándome una sustancia repugnante que dicen es "agua de mar" (cacamer, o algo así, se llama), con lo desagradable que es que te entre agua en el oído, que te pasas el día dando saltitos, a ver si sale, oyendo crujidos todo el rato y luego, cuando estás en la cama, un chorro asquerosamente tibio sale y te pringa la almohada.
Le preguntas al médico y te dice que no uses bastoncillos, porque empujan la cera para dentro y te forman tapones todavía más gordos, que sólo los utilices para limpiar el pabellón. ¿Qué pabellón, hombre, que parece que están hablando de un polideportivo, no de una superficie de diez centímetros cuadrados?
... Con el problema añadido de cómo demonios reciclas luego los bastoncillos. Que según Adela tienes que separar el palito, por un lado, a la bolsa amarilla; el algodón, a los residuos biológicos.
Vamos, que seguro que no habíais pensado nunca en la cantidad de problemas que ocasionan las orejas: te salen sabañones, cogen pelusilla, se te tiñen de rojo, huelen mal, se te forman tapones, se te llenan de agua de mar, arruinas las campañas municipales de reciclajes por no separar los residuos convenientemente y, al final, tienes que aguantar que un otorrino prepotente te llame gorrina... Todo por poder llevar las gafas bien colocadas.
Hacedme caso: si veis bien, dad gracias al cielo, al hado o al hada. De lo contrario, pasad a las lentillas o probad la cirugía láser...
... Porque mantener las orejas limpias no es un acto cotidiano, sino un estrés y un sinvivir.

viernes, 14 de septiembre de 2012

"Naboleones", Julietas y charangas

Pues el otro día estaba yo pensando en la frase tan indigesta que dice que "el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra" y tuve como un "dejà vu", cuando nos vi salir de la peña, en amable compañía, dispuestos a hacer nuevamente el merluzo en el desfile de carrozas. Sólo que este año, en vez de legionarios y damas romanas, lo que salía por la puerta, en confuso montón, era una hilera de Napoleones y un montón de bellas Julietas.
¿Y por qué Napoleones y Julietas? Alguno pensará que estábamos jugando a las ucronías, pero no, de verdad, no somos tan cultos: lo que pasa es que no había disfraces de emperatrices Josefinas (además, según comentaba la madre de mi amiga Eva, la susodicha - Josefina - era un cayo malayo, con lo que nos hemos alegrado profundamente), así que nos tocó hacer de Julietas, Josefetas, Julietinas, lo que más os guste, os doy a elegir.
Pero el cambio no afecta a lo más esencial: seguíamos estando, salvo honrosas excepciones, horripirmosísimos. Ellos, porque el conjunto napoleónico era bastante estrechito. Alguno de mis amigos tuvo que colocarse, según sus propias palabras, el pantalón con la ayuda de un calzador. Las casacas tampoco se caracterizaban por su amplitud, así que distintos grados de panza asomaban, unos tímida, otros abiertamente, a través de los chalecos rojos. ¡Pero qué reguapísimos, pardiez!
Las chicas, en este caso, fuimos más afortunadas, porque la goma del vestido caía por encima de la cintura, así que, si conseguías que tu busto de sirena entrara en el corpiño (lo que no siempre resultó fácil - snif -), cabías sin problemas en el traje. En fin, que este año, en vez de una morcilla, yo me sentía como una mesa camilla, que acaba igual, pero no es lo mismo, que conste.
En cuanto a los tocados, nos superamos. Nuestros valientes legionarios, conquistadores apócrifos de las Galias y la plaza Mayor, tuvieron que bregar con unos cascos de plástico, tirando a blandengues, que les hacían sudar como gorrinos, esta vez se vieron, como heróicos mariscales de campo, obligados a hacer el desfile, a temperaturas caribeñas, tocados con fermoso gorrito de fieltro negro, salvo nuestro querido Taza, que consiguió meter dentro del bicornio su costroso sombrero de cuero (¡¡iiiiiiiih!!). Vamos, que frío no pasaron, no.
Nosotras, por nuestra parte, tuvimos nuestros más y nuestros menos con los tocados. Para mantener el velo en su sitio, el casquete venía con una especie de peinetilla que tenías que coser, previamente, porque se te caía. La solución pasaba por comprar un euro de horquillas en el chino y tratar de colocártelo como pudieras.
Lo malo es que yo, la última vez que me puse una horquilla fue a los once años, para una foto que me hicieron en el cole (y en la que salgo horrible, por cierto, como en casi todas las fotos), así que la pobre Laura tuvo que hacer de peluquera (o estilista, como dicen ahora), para dejarnos a todas más rebonitas que Sanluises con refajo nuevo. Al final, podíamos clasificarnos en tres grupos: las Julietas con el casquete en su sitio según la foto del envoltorio del disfraz (las menos), las Julietas con el casquete donde podían (las más) y las Julietas con el casquete colocado en plan peineta alcarreña (alguna había también). Lo cual, si añadimos las opciones de: tipo que te cagas, traje tuneado o formato mesa camilla) nos daba una cantidad casi infinita de Julietas, Josefetas o Julietinas. Y es que, en la variedad está el gusto. Hasta ahí podíamos llegar.
Como si no fuera suficiente para conseguir una aplastante victoria en Waterloo, a alguien se le ocurrió una idea por demás absurda: contratar una charanga para que tocara la Marsellesa durante el desfile y el resto, como estamos más "pallá" que "pacá", pues encantados.
En fin, que el imperio de los cien días de Napoleón no fue nada, comparado con el mogollón de "Naboleones" (algunos ya no mantenían una dicción muy clara a eso de las nueve), Julietinas, platillos y trompetas que, al son de "allonsenfantsdelapatriiiiiiiiiie", entraron en la plaza mayor ante el asombro y rechifla de la gente que, si bien está acostumbrada a vernos hacer el tonto (no sólo a nosotros, también al resto de las peñas), no comprende cómo, año tras año, nos superamos en memez. Y es que, como decía un anuncio de la tele "el ser humano es extraordinario".
En fin, que para deleite de tiburones, ángeles de Victoria' secret o como se escriba, flamencas, rocieros, rollizas burbujas brillantes, latas de cerveza, bolsas de conguitos, la mismísima Pippi Langstrump y sus primas gemelas y qué sé yo cuánta gente más, nuestra charanga ejecutó lo más granado de su repertorio mientras propios y extraños aprovechábamos para hacer convenientemente el merluzo y a qué nivel.
El caso es que hubo que reponer la cerveza dos veces, lo que nos impidió a algunos ser testigos de cómo ciertos "Naboleones" trataron de exponer al alcalde sus deseos de "un pueblo bilingüe" y conquistar el balcón del ayuntamiento para el imperio francés... Imperio que se batió en retirada, un poco harto ya, sobre todo ellas, de engancharse el velo por todas partes. Se ve que las Julietas-Josefinas reales no se movían nada, para que no se les cayera el tocado...
Bien dicen que una retirada a tiempo es una victoria: el auténtico Napoleón no lo vio así y terminó sus días en Santa Elena. Los "Naboleones y Julietas", conscientes de sus limitaciones, prefieren dirigirse a su refugio de siempre, a darle caña al jamón, devorar unas empanadas, evitar que el grifo de la cerveza se oxide y menear convenientemente el bullarengue, que para eso tienen la charanga hasta las doce. Y ya conquistarán Europa en otro momento, que administrar un imperio, como podeís imaginar, es un estrés y un sinvivir.

miércoles, 1 de agosto de 2012

Mis recetas contra la crisis (I): Acaba con las pizquitas

Tengo que reconocer que, con la que está cayendo, a más de uno puede parecerle una cabronada que ofrezca, en este mi blog y el vuestro, mis sabios y reputados consejos para combatir la feroz crisis que nos invade. Pero es que, de verdad, cada vez que veo el telediario, leo el periódico o tecleo en el gugle los palabros "prima de riesgo" me entran ganas de tirarme por la ventana... Y dado que eso supondría, además, un gasto extra para el ayuntamiento en recogida de cadáveres con gafas, que seguro daría lugar a un nuevo impuesto municipal, encima os cagaríais en mis muelas, so insolidarios.
Así que he decidido contar aquí estos sencillos modos de reducir nuestro déficit doméstico y se me ha ocurrido pensar en, como dice mi amigo Ignacio, las "pizquitas", sí, toda esa mierda que acumulamos en la nevera hasta que se pone negra y hay que rascarla con una espátula. Pues, si te adelantas un poquito a este asqueroso momento, resulta que ¡se puede comer!
Por ejemplo: hoy he merendado un delicioso trozo de turrón de chocolate con almendras. Estaba allí desde diciembre (no recuerdo de qué año). De momento no he tenido que ir corriendo al váter presa de un horrible ataque de retortijones así que, aunque me apuesto las orejas y no las pierdo a que estaba caducado, el precinto lo ha mantenido en un estado, no sé si comestible pero, al menos, no venenoso. Mañana volveré a meter la mano en el cajoncillo de la mantequilla, como está muy alto no lo hago casi nunca, puede que encuentre un guirlache, unas peladillas, una figurita de mazapán... o algo vivo me muerda un dedo, habrá que tener cuidado.
En fin, que puedo solucionar las meriendas de esta semana con todas esas porquerías largo tiempo olvidadas. Hace un rato, cuando he ido a guardar la botella del agua, me ha parecido ver una chocolatina pillada entre dos botellas. Creo que no compro chocolatinas desde 2010. Es increíble mi clarividencia, ya entonces preveía el colapso que nos ha caído en la cabeza y guardé la última para tiempos más difíciles. Calculando, así por encima, lo que puedo gastar en la merienda, resulta que me ahorro unos cuatro euros. Un pasote.
Otra cosa que nunca valoro lo suficiente: el ketchup, que ahora me va a sacar demás de un apuro. Resulta que siempre tengo un bote plasticoso enorme en el frigo... ¡y no me gusta! De verdad ¿a quién, con más de quince años, le mola este emplasto colorado? Es pringoso, dulzón y lo deja todo lleno de churretes, entonces ¿por qué demonios lo compro? Siempre había pensado que porque estoy tonta, o porque algún sobrino ha estado a merendar. Ahora he comprendido que mi visión de futuro era la que me impulsaba...
¿Que cómo podemos reducir el déficit gracias al ketchup? Pues muy sencillo: según un libro que tenía mi hermano, titulado algo parecido a "Cómo tener la casa como un cerdo", puedes utilizar el ketchup para dos cosas: disuelto en agua caliente es una estupenda sopa de tomate; igualmente disuelto, pero en agua fría, un rápido y delicioso gazpacho. Vamos, tu ración diaria de vegetales resuelta en dos chorrazos. No sólo ahorras dinero, también te baja el colesterol (y te sube el ácido úrico, la tensión y la glucosa, pero de eso hablaremos en otro capítulo). Además, como la botella es muy grande, también puedes aprovechar este repugnante tomatillo dulzón para camuflar el sabor de cualquier otra guarrería que tengas por ahí danzando y decidas comerte, por ejemplo, esa salchicha que siempre se queda sola en el paquete y se pone reseca y asquerosa. ¿Por qué porras se empeñan en envasarlas impares? Si siempre te comes dos... Ganas de hacernos comprar de más, así se desencadenan las crisis, por gastar por encima de nuestras posibilidades, que ya nos lo dicen en la tele y nosotros, hala, a nuestra bola, si es que nos merecemos lo que nos pasa... En fin, que una a una, calcula la cantidad de salchichas que perderías de no contar con mis fantásticos consejos, lo menos doce al año, si es que compras un paquete al mes.
Y ¿qué pasa con esos medios limones que se van encogiendo y endureciendo, hasta que parecen de piedra berroqueña? ¿Cuándo demonios has hecho uso del medio limón que te sobra de aderezar algo? Pues ahora puedes: hazte un refresco, hombre, te evitarás tener que comprar cocacolas y, con su potencial antioxidante, estarás llevando, sin darte cuenta, una dieta anticáncer, gratis ¡en medio del caos económico más descomunal que ha conocido el mundo!
Claro que, si no te gusta la limonada, siempre puedes aprovechar, igualmente, este maldito cítrico, ponle dos o tres clavitos (de especia ¿eh?) y te ahorrarás el insecticida en verano, que sale más caro que una cocacola aunque, obviamente, dura más.
¿Os parece poco el ahorro? Pues todavía se puede recortar más el gasto: pon todos los yogures en el mismo sitio y luego ¡cómetelos, coño, que no sé para qué los compras! Que detrás de cada bote sale un yogur y luego, cuando quieres comerte uno, nunca hay. Es que se esonden, los cabrones. Esa vida interior que atesoran posee cierta primitiva inteligencia y por eso se colocan estratégicamente. Luego, cuando los encuentras, hace ya un mes que caducaron y tú vas y los tiras, con lo que se han salvado. Pues se acabó. ¿No te decía tu abuela que duraban, como poco, un mes más de lo que dice la tapa? ¿Vas a poner en duda la sapiencia de tu abuela? ¿Vas a ser un@ cobarde? ¡Noooooooooooooo! Pruébalo, que el baño está cerca, por si te da un yuyu. Al fin y al cabo, hay abuelas peores que la tuya, las que decían que, si no tenían moho, estaban buenos y si lo tenían, se quitaba y ya está.
Calculando que una nevera corriente tiene capacidad para ocultar de tus ojos unos tres yogures ¡no te dejes engañar, rebusca, que seguro que están ahí!
La cosa promete, vamos camino de ahorrarnos unos diez euros. Pero no debemos fiarnos de las efímeras bajadas de la prima de riesgo, hay que continuar con los ajustes, que ya nos lo dice el "gobienno". Por ejemplo ¿sabíais que se puede organizar una deliciosa cena a base de variantes viejas? Esos botes de encurtidos que no se sabe por qué guardas, porque todo está asqueroso, que hasta coliflor tienen, pueden pasar por exquisitos aperitivos si los escurres bien (luego hablaré de cómo aprovechar ese vinagre, ¡que no se desperdicie nada!) y les añades algo que tengas por ahí: el ketchup, por ejemplo. Pero si ya habéis apurado vuestra cantidad diaria de verduras, no exageréis, que todos los excesos son malos. Probad, en cambio, con el puré de patatas, que siempre hay una bolsita plateada, sujeta con una pinza, que tiene dentro no más allá de diez o doce escamas. Ahora es el momento de utilizarlas. Lo horneas un poquitín y hala, canapés, como en las cenas de postín... y sin gastar una lata.
Con esta ingente labor de ajuste y reciclaje de pizquitas, hasta empiezas a ver las paredes de la nevera. No te deprimas si tienen moho, podrás aprovechar el vinagre de los encurtidos para una limpieza fondo.
En fin, remata la faena vaciando el cajón de los embutidos: encontrarás tropecientos cabitos de fuet y/o chorizo, duros como piedras y con un largo cordoncillo. No os recomiendo que os comáis el cordón, sabe a rayos, pero los cachitos se pueden echar a las patatas y, si cuecen lo suficiente, pueden ser masticados sin que se te caigan los empastes, ni nada. Unas patatas a la riojana, pero en cutre...
Como con mis instrucciones puede que vuestro nivel calórico haya subido hasta límites alarmantes, ahora, que habéis vaciado la nevera, es el momento de limpiarla con el vinagre. Por lo menos el ejercició os regulará los niveles y os mantendrá ocupados un buen rato, en el que no gastareis el dinero que no teneis y no vereis la tele, así que vuestra depresión no irá en aumento.
Y creedme, tomároslo con calma, porque esto sí que es un estrés y un sinvivir.

lunes, 9 de julio de 2012

Ring ring... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaah!

Desde hace un porrón de años el timbre del teléfono es para mí uno de los sonidos más repugnantes que existe. Me parece un asco y, en realidad, me importa un rábano cómo suene, siempre es odioso y antiestético. Ahora resulta que puedes elegir unos cuatrocientos mil tonos diferentes que, aparentemente, hacen más llevadero su petardeo, pero es inútil, al menos en mi caso: el ring clásico me hace pegar un bote en la silla (he llegado a hacer desconchones en el techo), el blopblopblop que se puso de modo en los ochenta, además de pegarme idéntico susto, siempre me hace creer que está hirviendo el auricular y que, al contestar, me voy a quemar la oreja; las diferentes musiquillas, tan monas cuando las seleccionas, acaban siendo cargantes, petardas y, en ocasiones, siniestras. Porque, a ver, quién no se pega un sustazo cuando, a las tres de la mañana, oye en la mesilla la sintonía que acompaña a Darth Vader. Se dice que algunas personas huyeron, en medio de la noche, creyendo que los Sith "ya estaban aquíiiii".
Pues las melodías clásicas tampoco son lo que se dice relajantes. Las eliges con toda la ilusión del mundo pero, con la repetición, se acaban convirtiendo en un coñazo. Todavía recuerdo un fijo que tuve hace unos años, tan feliz estaba yo por haber seleccionado como sintonía la célebre aria de la Reina de la Noche, de La Flauta Mágica. Caray, con lo que me gustaba esa aria, sobre todo interpretada por Lucia Popp, me encantaba soltar estentóreos gallos intentando imitar sus gorgoritos... Las primeras once mil veces. Ahora la odio cordialmente y no detesto a Mozart porque, el pobre, nunca tuvo que sufrir la interrupción de un teléfono. ¿Le podéis imaginar componiendo el "Requiem" y que cada vez que el contratante llamara para saber qué tal iba la pieza le sonara algo de Salieri? Menuda putada.
Pensando que, a lo mejor, eran los compases barrocos los que me ponían de los nervios, últimamente he seleccionado un Nocturno de Chopin como sintonía, a ver si así me relajo... pues tampoco. Cuando suena la pianola, automáticamente, empiezo a soltar denuestos y sonoros mugidos. Seguro que Chopin, con lo emocionado que debía estar él en Mallorca, pensaba "uy, pero qué cosa tan regonita que me está saliendo. Apuesto las orejas a que, algún día, alguien la pondrá en el teléfono y se emocionará grandemente". Iluso. Eso se llama falta de perspectiva histórica.
Ni el móvil se libra de esta maldición sonora. En el mío tengo recogidas un montón de musiquitas, a cual más fermosa, para poder seleccionar una u otra según mi estado de ánimo: Cantos goliárdicos de Carl Orff, alguna cosilla de los Ramones, Couperin, Lynrd Skynrd, Scorpions... Bueno, pues todas estas lindas y queridas piececillas se han vuelto ya odiosas para mí. Y es que yo creo que hasta la composición más sublime se convierte en una melopea y un coñazo en el momento en que pasa a ser tono telefónico. Para que luego te soplen tres euracos por descarga (snif).
Pero aquí no acaban los males del teléfono. Encima, tienes que soportar que tus amigos te odien porque, en los escasos momentos en que tú te deleitas escuchando tus artísticos compases, a ellos les sale el buzón de voz y siempre les queda la duda de si es que tienes el aparato en el fondo del bolso y no has llegado o, sencillamente, estás aprovechando para oír a Def Leppard mientras ellos, con la que está cayendo, se dejan las pelas en la llamada y te dejan unos bodrios de mensajes que nunca oyes.
Podríais pensar "bueno, pues si tanto te fastidia que te llamen, dile a la gente que te mande mensajes, que sale más baratillo y ya está". Demasiado fácil sería, porque mi tono de mensajes es un sonoro relincho (yo discreta, como siempre) y más de una vez me ha puesto en un apuro en una reunión de trabajo, por olvidarme de silenciarlo... Como cuando al rey le sonaron unos bebés durante una recepción... pero en equino. Un desastre.
Y aún no os he contado lo peor de todo... Que siempre que estás en casa y suena, ya una musiquilla odiosa, ya un timbre estridente, ya cualquier onomatopeya, cuando lo coges, una voz melosa trata de venderte algo, generalmente una mejora en tu línea telefónica, tu conexión a internet o yo qué sé qué más. Joder, encima que te pegas un susto, te toca aguantar unos rollos patateros que ni te cuento. Además, yo no sé quién instruye a los teleoperadores en las técnicas de venta, pero esa manía de repetir constantemente mi nombre me ataca no sabéis cuánto ("mmm... buenas tardes, doña Elena, ¿es usted la titular de la línea, doña Elena? Llamo de mierdilain, doña Elena, porque estamos cableando su barrio, doña Elena y tenemos, doña Elena, una oferta que es la polla, doña Elena... ¿doña Elena? ¿¿doña Elenaaaaaaaaaaa?? Porque yo, a estas alturas, ya he huído y el/la pobre teleoperador/a lleva un buen rato hablándole al vacío, mientras "doña Elena" se toma una valeriana y piensa, seriamente, en cambiarse el nombre por algo francamente difícil de pronunciar, Desideriaemerencianaúrsula, por ejemplo.
Últimamente estoy pensando muy en serio en cambiar de teléfono y poner uno para sordos, ya sabéis, de los que tienen lucecitas, en vez de timbre. Así, con mirar hacia otro lado, asunto concluido. Aunque, seguramente, acabaré desarrollando fobia a las lucecitas y luego no podré acercarme a los semáforos, con gran riesgo para mi salud vial.
Ya dice mi amigo Fran que a mí, lo que me pasa, es que odio hablar por teléfono. Y puede que tenga razón porque para mí, os lo aseguro, ese timbre irrumpiendo, constantemente y sin aviso en mi vida, es un estrés y un sinvivir.

martes, 12 de junio de 2012

El dilema de la maleta y la madre que la parió

El otro día mi bella “hemmana” sufrió en sus propias carnes el famoso “dilema de la maleta”, a saber: tienes que hacer la maleta para irte a cualquier sitio, por un período de tiempo perfectamente conocido y con una idea más o menos clara del calor que va a hacer y las actividades a que te vas a dedicar. ¿Por qué, entonces, todo el proceso es una mierda? Porque, no me lo negaréis, al final, viajas cargada como una mula y te encuentras, de repente, con que, o bien no tienes nada que ponerte (aunque te has empeñado en llevarte el baúl de la Piquer) o el más mínimo percance te obliga a pasar varios días con una camiseta llena de lamparones (si has sido sobria y viajado con un bulto similar al hatillo que llevan los vagabundos de los tebeos). En ambos casos, no me preguntéis cómo, once conjuntos que preparaste con todo cariño vuelven a casa sin que te los hayas puesto. Y otra cosa ¿por qué abulta lo mismo el paquete para viajar dos días que el de un mes? ¿Es que, como dice mi amigo Ignacio, estamos todos locos? Pues va a ser que sí…
Como todos los grandes desafíos de la humanidad, el “dilema de la maleta” viene de lejos. Empezó el mismo momento en que tu madre renunció  a empaquetar tus cosas y dejó en tus torpes manazas inexpertas la preparación del equipaje. Antiguamente, esto sucedía, máomeno, cuando te ibas de campamento, que volvías como si hubieras estado en un campo de refugiados y no era necesario abrir la bolsa, podía ir, tal cual, directamente a la lavadora… o a la basura. Ahora, por lo que veo, sucede a eso de los cincuenta y tres años, cuando tu madre está de viaje con el Imserso y te toca apañártelas solita. Pero el procedimiento es el mismo.
Descubres que te vas, por ejemplo, de viaje de trabajo durante tres días, en los que tienes que asistir a dos reuniones y una cena de negocios. Con un traje modelo reunión y otro un pelín más “elicefante”, que decía mi padre (besos, guapo) para la cena, estaría resuelto. Osea, dos conjuntos. Fácil ¿no?
Pero la cosa se complica desde el principio: llevas los dos trajes que te hacen falta, más veintisiete camisas, por si te echas por encima el café durante la primera reunión, que menudo corte ir al día siguiente con el escote lleno de manchas marrones y migas de galletas pegadas… Y sólo vas tres días, pero metes cuarenta y dos bragas, no vaya a ser que te hagas pis (que no se me ocurre otro motivo) o que el traje que vas a ponerte para la cena sea blanco y necesites algo que no se claree (pues sí, se me ocurre otro motivo). Más doce o trece cajas de medias, por si te haces una carrera al colocártelas, como si tuvieras las garras de Freddy Kruegher en vez de uñas.
Mención aparte merecen los zapatos, llevas unos puestos y otros quitados… y unas botas, por si llueve, las chanclas para salir de la ducha y no te llevas las pantuflas de peluche en forma de vacas porque te da vergüenza que las vean en el hotel y te llamen hortera.
El caso es que, como pretendes utilizar tu mini maletín, porque no quieres facturar la maleta, pues va todo a presión, que cuando la quieres cerrar te tienes que sentar encima y dar saltitos… Momento en que descubres que te has olvidado de meter el pijama y el neceser con las cosas de aseo. Hala, otra vez a abrir el maldito cacharro y a recolocar todo lo que estaba dobladito y mono y ha salido disparado en todas direcciones, para meter tu camisón de franela con ovejitas, que abulta él solo como una bombona de butano.
Entonces te toca hacerle un hueco a las cosas de aseo, porque ahora, con las normas de seguridad de los aeropuertos, tienes que llevar todo en unos frasquitos que parecen de la Barbie, que la pastilla de jabón es más grande que la colonia, la pasta de dientes y el desodorante juntos. Además, tienen que ir en bolsita transparente, para que se vea bien que no transportas un explosivo plástico. Desde hace unos años, los que trabajan en el control de equipajes del aeropuerto están hartos de ver compresas, tampones y otros productos que suelen producir, no sé por qué, una reacción muy vergonzosa en los varones. ¿Les pagarán un suplemento por ello? ¿No? Pues que se fastidien.
Pues, a pesar de todos tus esfuerzos, la puñetera bolsita no cabe. Tu maldito equipaje a presión se va al garete por culpa del desodorante y tienes que decidir entre facturar la maleta u oler a sobaco durante tres días y llevar los dientes llenos de sarro. No es una buena opción cuando tienes que asistir a una reunión de trabajo, palabrita.
Lo curioso es que, si metieras la bolsita entre medias del camisón de las ovejas, sí cabría, pero te verías obligada, cuando pases el control de seguridad, a abrir la maleta y desmontarla entera en la cola del control de equipajes, ante la rechifla de buena parte de la gente que está allí y el cabreo de los que esperan detrás de ti, que ven que les va a tocar estar allí de plantón siete horas y media mientras tú recolocas el ajuar.
Una solución de compromiso es meter el neceser en el bolsillito exterior de la maleta, así lo puedes sacar para la revisión y no te toca abrirlo todo. No es mala idea, salvo que a tu “troley” le sale una barriga que, con toda probabilidad, le impida caber en esa mierda de cestitas que hay delante de los mostradores del “check-in” o como se escriba y en las que, en teoría, debería caber el enorme mamotreto que cada hijo de vecino trata de hacer pasar como equipaje de mano, con lo que te tocará discutir un rato con la del mostrador. A veces cuela, otras no, pero la duda te corroerá hasta que llegues a recoger tu tarjeta de embarque (snif).
Entonces, cuando ya crees que todo está preparado, recuerdas una cosa horrible: ¡no has metido el ordenador! ¿Cómo cojones piensas tomar las notas de las reuniones? Vosotros diréis que es muy fácil, con llevar un cuadernito bien refinito, que cabe en cualquier parte y un boli, pues todo solucionado… Pero no es tan fácil, que luego llegas a la reunión y el que no tiene un tablet tiene un súper ipuf, ipof o como se llame y tú ahí, hala, con una libretilla de las Monster High, que es lo único que has encontrado en el último momento porque tu sobrina, que es un encanto, te la presta… Para eso te vas en vaqueros y te ahorras todo el rollo de la preparación del equipaje.
Oootra vez a desmontar el petate, para que te quepa el portátil. Sacas once de las doce cajas de medias, aunque la que queda tiene una forma un poco extraña, porque has metido dentro seis pares extra, por si acaso. Decides que, pase lo que pase, no te harás pis encima, con lo que puedes reducir el número de bragas a 6, no está mal para dos días… más un par que te echas al bolso, por si te toca, después de todo, facturar la maleta y te la pierden, ya de paso. Si al final vas a asistir a las dos reuniones y la cena con la misma ropa del primer día, al menos podrás cambiarte de bragas. Procura meterlas en una bolsita, que si no se hará enganchones con el cable del móvil, que no te fías de meterlo en la maleta desde que un amigo te contó que, efectivamente, le traspapelaron el equipaje y estuvo no sé cuántos siglos incomunicado, porque ya no sabemos ni utilizar las cabinas telefónicas (si es que las hay).
¿Qué más? Pues dejas el camisón, que abulta quince metros cúbicos, sustituyéndolo por una camiseta vieja con algún logotipo indescifrable, como “Marcos para puertas Rodríguez”. ¿De dónde demonios sacaste esa camiseta? Bueno, da igual, no te la vas a poner para hacer propaganda, pero vale para dormir… Poco, porque pasarás frío, tenlo por seguro, aunque en las habitaciones de los hoteles, normalmente, la temperatura supera los 97 grados centígrados, si no llevas el camisón de franela, hará frío. Os lo digo yo, que llevo visitados unos cuantos.
A continuación, sacas unas pocas camisas, dejas sólo una para cada día y mentalmente pronuncias una breve jaculatoria, para que no se te caiga encima la salsa de un sándwich en un momento inoportuno. Miras el pronóstico meteorológico (o la meteo, como lo llaman ahora) y te fías del parte de tiempo soleado para tres días, porque te permite dejar las botas en casa.
Ya parece que la cosa va mejorando, la maleta cierra, cabe el ordenador, puedes sacar la bolsita de aseo del bolsillo lateral y meterla dentro, con lo que desaparece la lorza y ya te cabrá en la jaulita. Te sientes feliz por tu audacia, te das besitos a ti misma y ni siquiera el hecho de haber tardado quince horas en preparar el equipaje para tres días mina tu ánimo. Eso lo dejas para la vuelta, cuando compruebas que, al final, has llevado el mismo traje los tres días, porque los otros dos se han arrugado de tal manera que no ha habido forma humana de ponérselos. A consecuencia de ello, sólo te han hecho falta unos zapatos, y los otros se han quedado en el fondo, espachurrados, que te va a llevar dos meses que recuperen su forma original. En fin, que te hubiera valido con una mochililla canija, preparada a toda prisa, que para semejante viaje no hacen falta alforjas. Buaaaa.
Entonces es cuando te planteas el horror que va a suponer preparar el equipaje de las vacaciones. ¿Una maleta para quince días? Añadir bañadores, ropa para salir, chaquetilla por si hace fresco por las noches… ¡Aaaaaaaaaah!
Yo creo que por eso salgo tan poco de vacaciones, porque lo paso tan mal preparando mis equipajes de viajes de trabajo que acabo harta de maletas…
De verdad, hacedme caso, no os vayáis por ahí, no sólo sale carísimo sino que además, organizar la maleta es un estrés y un sinvivir.

martes, 22 de mayo de 2012

21 días sin rabiar... (glups)

El otro día, al hilo de una cosa que había publicado en Facebook mi amigo Juanillo, me acordé del programa ese que se llama "21 días", donde una reportera las pasa putas durante tres semanas, porque nunca hace cosas que molan, como "21 días comiendo bocaditos de nata" o "21 días vagueando en la playa" o "21 días haciéndote unas risas bárbaras". Qué vaaaa, lo suyo es siempre horroroso, pasando hambre, frío y montones de calamidades. Así que pensé alguno más o menos horrible, que pudiera aplicárseme a mí. Por ejemplo, "21 días lamiendo sellos". Lo descarté, porque sólo de pensarlo se me secó la lengua.
Otra idea que abandoné fue "21días revisando presupuestos", que tuve que leerme tres para el cambio de luces de la escalera y acabé soltando denuestos. Igualmente rechacé "21 días copiando El Quijote a plumilla", más que nada para no quitarle mérito a Ignacio Calvo, que lo tradujo al latín macarrónico; "21 días con diarrea" me pareció horrible y "21 días cantando jotas groseras" podía ocasionarme algunos problemas con los vecinos y no era el caso.
Total, que acabé por elegir el reto que habéis leído enel título, que parece inofensivo, pero no sabéis lo complicado que resulta.
Porque, en serio ¿habéis intentado pasar más de una hora sin rabiar? ¿Que sí? No me lo creo.
Imaginad, por la mañana, cuando suena el despertador a impías horas. Pues, en vez de "coñocoñocoño" os toca decir "oooh, qué día tan fermoso se nos presenta". O, por lo menos, algo así como "vaya, con lo bien que estaba yo durmiendo"... Pero nada más porque, como sigáis por ese lado, empezaréis a rabiar desde bien tempranito.
Luego, al meter el billete en el torno del metro y comprobar que se ha desmagnetizado y no chufla, os toca decir "¡Cáspita!", en vez de "mierdaaaaaa, que llego taaaardeeee" y cuando el único asiento libre del autobús es el del chicle pegado, tienes que decir "menos mal que llevaba un klínex", aunque sea mentira... y no lo lleves.
Y ¿qué hacer cuando te endiñan seis o siete marrones en el curro? Pues, hala, te toca pensar que, al fin y al cabo, estás allí para eso y, si no, te hubieras hecho obispo y estarías echando bendiciones. Así que te pones manos a la obra con rapidez y diligencia. ¿Os suena? Pues claro que no, hombre, cómo os va a sonar, ni a vosotros ni a nadie...
Lo mismo pasa cuando cogéis el coche y os hacen una pirula. Por carretera, con que te agarres fuerte al volante y grites "¡¡¡aaaaaaaaaah!!!" tienes bastante, que un susto del quince no es un cabreo y está permitido. Si la de Perico, el guarro, la sufrís por la ciudad (en una rotonda, por ejemplo), podéis dedicar unos segundos a aplaudir al perpetrador, con ese gesto sonriente que compone la reina de Inglaterra en el teatro... Pero sin pasaros, para no caer en el recochineo.
Las disputas familiares, se pueden saldar con una buena calle a la que puedas salir a pasear. Coges la puerta, cierras delicadamente y hala, una vueltecilla, entonando alegres canciones como "la patatera, vende patatas...", o reproduciendo ruidillos de animales. Vacas, gatos y pájaros son los más fáciles: con los mugidos sustituyes la célebre expresión "Señor, dame paciencia", maullando asumes el papel de víctima desprotegida y puede que alguien te coja bajo el brazo, te lleve a su casa y te dé un platito de leche. Píopíopío puede servir para indicar que no eres culpable de que otros anden por ahí cabreados o para alegrarte por la llegada del buen tiempo... Para otros casos más graves, los balidos pueden funcionar. Quedan prohibidos ladridos (guaguaguaguau - denotan mala leche -), rugidos (grrrr - esto es rabiar, pero bien) o los gritos de las aves de presa (iaaaaaaaaaa - a continuación hay que soltar un guantazo para rematarlos y entonces habréis perdido, snif).
Por supuesto, necesitaréis de una gran fortaleza de carácter para acercaros a los informativos y la prensa escrita, porque vaya la que está cayendo, cuesta encontrar una forma de no rabiar con las cotizaciones de bolsa, los traspieses de la política propia y ajena y las pajas mentales de algunos... Los ruiditos de animales pueden ayudar otra vez, sobre todo "miauuu", con el sentido ya explicado arriba y "muuu", en este caso en tono interrogativo, os servirá para manifestar sorpresa. Lo mismo os servirá el ya célebre "jaaaarl", da mucho juego.
Una cuestión aparte: tendréis que esperar a entregar la declaración de la renta, antes de poner en práctica estas sencillas normas, por razones obvias que no es necesario explicar aquí (buaaaa no es rabiar, es llorar, que conste).
¿Me decís que es imposible? Pues puede que no lo creáis, pero yo llevo ya la friolera de casi ocho días sin rabiar. Ñeñeñeñeñeñe (y esto no es rabiar, sino intentar que lo hagáis vosotros). No sé si llegaré a completar las tres semanas, que nadie está libre de soltar, de repente, largas listas de denuestos al tiempo que muerde las espinillas de alguien en el metro. Pero oye, estos días he conseguido que no me suba la tensión, posiblemente habré engordado unos cuantos kilos, que comerse unos bombones también ayuda a no rabiar y, casi seguro, habrá por ahí gente que se piense que soy lela (quién sabe, a lo mejor no andan descaminados), sorda o ambas cosas.
Pero yo, inasequible al desaliento, aquí estoy, no especialmente más feliz, pero sí mucho más tranquila. Que nos pasamos la vida rabiando y eso, estaréis de acuerdo conmigo, es un estrés y un sinvivir.

domingo, 13 de mayo de 2012

Operación biquini

Todos los años, al llegar estas fechas, me encuentro en la misma incómoda situación, todo por culpa de las "remalditas" vacaciones veraniegas. Cuando era pequeña, porque me daba una rabia horrorosa ver los anuncios de la gente en la playa, tomando el solecito y tan contenta, mientras a mí me quedaban siete exámenes. Ahora, porque oigo la consabida expresión "operación biquini" y me pongo de los nervios. Hoy mismo, tengo puesto el telediario de no sé qué cadena y empiezan con la gaita. Lo primero que sacan, un puñado de gordos peludos haciendo "spinning". Pero bueno ¿es que estos tíos se van a poner, relamente, un biquini? Mira que lo dudo. ¿No sería más honesto denominarlo "operación morsa"? Así estaríamos todos incluídos, sin distinción de sexo o tipo de traje de baño que usamos. Porque yo, si mal no recuerdo, hace unos cuantos siglos que no gasto biquini... Creo que podría contar las veces que me he puesto uno.
Y con razón, porque siempre que he cometido ese enorme error, ha habido algún gaznápiro con una cámara de fotos a mano para inmortalizar un momento tan terrorífico. Por ejemplo, en un viajecillo a Creta, me encontré con que no se me habían secado los bañadores y tuve que colocarme la prenda de marras para darme un remoje en la playa de un sitio que se llamaba algo así como "Malia" (no recuerdo cómo se escribe, ni falta que hace). Yo pensé "bueno, estamos en Grecia, no me he encontrado todavía a nadie de Horche - que sería lo lógico -, pues vamos a hacer un poco el ridi sin consecuencias". Jajá. Resulta que la arena estaba tan caliente y nosotros tan lejos del agua, que había que echar una breve carrerilla si querías conservar los pieses, tanto a la ida como a la vuelta. Así que allí estaba yo, haciendo saltar mi tonelaje por una idílica playa mediterránea, muy feliz por no ser una famosa que tuviera detras una recua de "paparazzi" o como se escriba que pudieran captarme en una situación comprometedora...
Qué poco dura lo bueno. A la vuelta de nuestro viaje nos intercambiamos unos cuantos cedés con las fotos y, al cotillear el que me había pasado mi amigo Jose, ahí estaba, "la (oronda) sirenita", con su biquini de rayas, como Eva María, pero en gordo, con una cara de estar a punto de decir "¡iejeeeeeee!", en vez de "¡ay, quémaaaa!". Pero qué jodío y no me había dicho nada, el muy malvado.
Desde entonces se la tengo jurada y confío en verle con una pinta redonda y ridícula. Lo malo es que, como pesa unos cuarenta y siete kilos, dudo que lo consiga en los próximos lustros y, para entonces, ya le habré perdonado su cabronada. En el fondo soy muy buena y así me luce el pelo. Snif.
Bueno, creo que me estoy yendo por las ramas.
Volviendo al reportaje de la tele: te dicen, con muy buen criterio, que tienes que empezar a practicar ejercicio frecuente, ordenado, supervisado y no sé cuántas cosas más, el mismo día que guardas el bañata hasta el año siguiente. Un par de horas corriendo, otra de aerobic y una de clavo para estirar las "piennas". Al mismo tiempo, debes iniciar un régimen de comida sanasanísima y, por supuesto, muy poca. Y evitar el consumo de alcohol, que aprovechan cualquier momento para prohibirte las cañejas. Y que no fumes, que te deja la piel hecha cisco. Más los masajes anticelulíticos, untarte no sé qué potingues que aseguran "estar testados en mujeres" (¿cuántas?) y dar mejores resultados que otras cremas de más de 150 euros. Pero bueno, con la que está cayendo ¿quién cojones se gasta 150 napos en una crema?
Total, que pasas un invierno de puta pena, te gastas lo que no está en los escritos en gimnasios y cremas y yo qué sé qué más, para lucir un dudoso tipín. Y digo dudoso porque todos, en el fondo, somos de los que "no, si yo no como mucho, es que tengo el metabolismo lento" y al final, después de tanto esfuerzo, has conseguido bajar dos kilos, en vez de los veinte que te sobran, tienes tendinitis hasta en las orejas por hacer el burro en el gimnasio, déficit de vitaminas por no comer más que mierda y, el día que te hartas, te pones hasta el culo de birras, porque las echas de menos, después de un montón de tiempo sin catarlas. Encima, te las tomas con unas tapitas que no son, precisamente, de acelgas.
Y todo esto, en mi caso, para los cuatro (y los tengo bien contados) días que vas a la playa o la piscina y que te pasas debajo de la sombrilla, embadurnada en crema factor 60, que luego ni se nota que has ido, ni nada. Para colmo, como estás un poquillo en penumbra, notas claramente lo mal que te has hecho la cera, que te quedan pelos por todas partes.
Vamos, que ahí estás, gorda, peluda y pringosa, mirando con envidia a todos aquellos que, pasándose el tema de la operación biquini por el forro, se animan a pasear sus lorzas ante quien esté dispuesto a mirarlas y ahí se las den todas.
Por eso prefiero veranear en mi pueblo, porque a la piscina sólo van niños pequeños que están a otra cosa, no a tus kilos. Que tratar de seguir las normas de la "operación biquini" no sólo es inútil, sino también un estrés y un sinvivir.

miércoles, 25 de abril de 2012

Señal de borrica florentina

A ver, los de ahí detrás, que no me he olvidado de vosotros. Después del panegírico que os hice en mi última entrada, no iba a ser tan "coparde" como para desaparecer de estos mundos cibernéticos en busca de verdes pastos. Seguro que creíais que me había dado un "penterre" y los sesos se me habían hecho definitivamente agua y me había dado por andar sin rumbo fijo por las calles, canturreando tonterías, que es algo que me encanta y sólo puedo hacer en casa o en el coche, camino del curro.
La causa de mi silencio es mucho más prosaica: resulta que "blogspot" ha cambiado la interfaz del blog, con esa bienintencionada costumbre tan en boga últimamente en la "güés", de poner todo más mono y no sabía ni por dónde entrar. Ahora mismo tengo serias dudas de poder publicar la entrada porque ¡no encuentro el botón! El escritorio, tan mono como yo lo tenía, se ha convertido en un arcano para mí y creo que me llevará varios decenios descubrir todos sus secretos. Odio las mejoras, las versiones punto uno y la madre que las parió a todas...
Pero bueno, al menos he dado con el cuadradito donde se escribe aunque, por mor de los duendes informáticos, no me cabe en la pantalla y estoy escribiendo medio a ciegas. Vamos, que creo que la de hoy va a ser una entrada digna de figurar en los anales, porque la estoy tecleando en un acto de "por mis puros huevos que lo consigo", actitud que, ya lo sé, no va a llevarme muy lejos (snif).
Entonces os diréis "y esta lela ¿por qué habla en el título de borricas? ¿Se refiere, acaso, a ella misma?". Pues no. Es que hoy estoy muy contenta porque he conseguido desentrañar uno de esos enigmas que, generación tras generación, traen a las familias de cabeza y lastran a los más jóvenes, que acaban prematuramente encanecidos y musitando extraños mantras (jodó, lo bien que me ha quedado).
Uno de esos mantras es, precisamente, el que da título a la tontuna de hoy. El Diccionario de la Real Academia me ha dado la respuesta a una duda que me corroía: ¿qué cojones significa que algo es "señal de borrica florentina"? Frasecita que me encanta como suena, porque combina la supuesta vulgaridad de las borricas con el toque sofisticado de la ciudad de Miguel Ángel. Vamos, como si eso que nos contaban en el cole del Culteranismo y el Conceptismo se uniera en una sola y simple frase.
Era, por lo visto, mi bisabuela, la que acostumbraba a decir esto, según me cuentan, pero nadie podía decirme a qué se aplicaba, cosa que me tenía de lo más frustrada, porque me encanta poder salpicar mi amena conversacion de estupideces y enrevesadas frases hechas, queda una como más culta...
A lo que iba, que yo quería poder decir, por ejemplo, delante de mis jefes, en medio de una conversación enrevesadísima y súper "tésnica" la frasecita de marras, para dejarles con cara de "¿jaaarl?", que siempre hace ilusión. Y claro, si sueltas algo así y no tienes ni puñetera idea de su signficado, alguien puede creerse que estás llamando borrica a su santa madre y tengas que pasarte los próximos cinco meses en el armario de las escobas, aguardando a que pase la tormenta.
Por fin, tras no poder aguantar ya la tensión, decido buscar la expresión en "Internete" y me sale algo así como "acción con la que una persona demuestra la doble intención que lleva". Ah, guay. Osea, que cuando le ves a alguien el plumero, o tiene la frente de cristal o cualquier otra cosilla que se os ocurra, podéis tiraros el moco y soltar las palabrejas de marras.,,
Pero no podréis cantar victoria, porque alguien puede estar, en ese momento, igual que yo hace un rato, buscando en el "google" y os dirá "¿cómo que florentina, so cazurra?".
Y es que es muy triste, pero la frase correcta es "señal de borrica frontina". Yo convencida de que los equinos italianos estaban considerados seres abyectos y engañosos y que había sido la primera en descubrirlo, me entero de que no, que las pobres burras de Florencia están allí, tan tranquilas, rebuznando cada vez que un turista fotografía la cúpula de Santa María de las Flores y que son sus congéneres, las de la manchita blanca en la frente, las que cargan con la mala fama de esconder aviesas intenciones tras sus hocicos peludos. Una pena.
Ahora, para poder soltar mi perla, voy a tener que pasarme varios días mascullando entre dientes "frontinafrontinafrontina". Cuánto esfuerzo para una cosa tan tonta, de verdad...
Sólo falta que, después de todo este paripé, nadie se dé cuenta y pase desapercibida, como tantas otras genialidades mías... Bueno, mías no, de mi bisabuela.
O, a lo mejor (y esto sí que me trae loca - bueno, más loca, que ya sé lo que estáis pensando -) tampoco se dice "más caga un buey que cien golondrinos" cuando tu hermano arregla, en dos minutos, el cable de la luz con el que tú llevabas cinco días trasteando infructuosamente; ni le puedes soltar al que protesta por algo "te hubieras hecho obispo y estarías echando bendiciones"; ni calificar de "pringuezorra" o "pelandusca" a alguna que tú te sabes...
En fin, que podría ser que, mientras tú creías que estabas amenizando la conversación salpicándola de frases ingeniosas, lo que hacías, en realidad, era un ridículo como una catedral y tú tan pichi...
En estos casos, lo mejor es dejar tranquilo internet, hacerte la sueca y no saber cómo se dicen realmente todas estas cosas, porque la rechifla de los compañeros sí que es un estrés y un sinvivir.

viernes, 30 de marzo de 2012

Ese público que tanto me quiere y a quien tanto debo...

No sé si cuando entráis en este, mi blog y el vuestro, tan regonito él, os fijáis en esa ventanita que, a la derecha, tiene unas cuantas fotitos pequeñitas, bien monas. Creo recordar que, cuando empecé con él, en el diseño original se llamaba algo tan poco sugerente como "seguidores del blog". Pues vaya nombre más insulso. Fue una de las primeras cosas que modifiqué en la plantilla y la cambié por el título que tiene ahora, "Mis leales y guapísimos", que, aparte de quedar muy bien, sirve para que veais que os quiero "bucho buchísibo" (pelotaaaaa, pelotaaaaaa, diréis. Pues sí, ¿qué "pacha"?).
El caso es que miro con muchísima curiosidad esta linda ventana, que no deja de sorprenderme y llenarse, ella de gente y yo de alegrías bien regordas. Al principio tenía sólo un par de retratillos: mi "hemmano" y Belén. Por cierto, que Fernando me comentaba las aventuras que pasó para poder colgar su sonriente carita, que estuvo a punto de desesperar cuatrocientas ocho veces (lo que os da una prueba de la tenacidad fraterna. Me emociono. Jaaarl).
"Moquito a moco", como todas las cosas en esta vida, el volumen de gente asomada a la fenestra, pues ha ido creciendo. Primero vi aparecer por allí a mis apuestos sobrináceos, majos ellos. De pronto, otro soleado día, me encontré ahí a Javier esquiando, a quien me costó distinguir, no sólo por el "Nick" (sí, ya lo sé, tío, soy más bien torpe), sino porque no sabía dónde estaba la lupa de las narices para ampliar la foto. Una pena de mujer, lo tengo asumido, pues qué se le va a hacer.
Luego, si mal no recuerdo, apareció por aquí Marisol, qué alegría verla por estos pagos, que ya tenía la casa dos pisos de gente mirándome y haciéndome "asín" con la manita (y por "asín" me refiero a un regio saludo, no al célebre gesto con el dedo medio, que conste).
Y Yayo, que llegó después de una juerga en la peña en la que le puse la cabeza como un bombo a base de promocionar esta cosilla...
Un día, según estoy entrando, a ver si hay algún comentario por ahí para contestar, ¡zas! me encuentro a Eloy (bueno, a medio Eloy, que no se le ve la cara entera), fíjate tú, qué iluuuuu, más gente leyendo mis chorradas. Y Jaimón, que creo se volvió medio tarumba para incluirse en la lista de "los más buscados". Ya, lo único que falta, es que pongas una foto, guapooo.
Mis fermosos cuñaaaaaaaaaaaaos, Juancar y Ángel, qué decir de ellos (mejor no digo nada...), cuando los vi llegar recordé aquellos versos:

Asómate a la vergüenza,
cara de poca ventana
y dame un vaso de sed,
que vengo muerto de agua.

Ciento ocho años esperando verles por aquí, no los recibí con banda de música porque no tengo, pero les mandé sonoros besitos que ignoro si escucharon (snif) y di por aquí varias volteretas, al tiempo que gritaba "¡viva, viva!", no sin antes asegurarme de tener desconectada la webcam, claro.
¿Pensabais que ya estaba todo resuelto con más miembros de "la famiglia" reconociendo públicamente que leen mis tontunas? Pues ni de coña. Vuestro mal ejemplo va corriendo por ahí, hasta tal punto que, hace unos días, cuando entro ¡me encuentro a Higinio! ¡Holaaaaaaaaaaa, colegaaaaa!
Pero no os vayáis a creer: hay mucha más gente por ahí pululando, que no se atreve a poner su foto (pero si sois muy guapos) pero me deja algún comentario: mis hemmanitas Mari y Mardelotos (fermosaaas), mi Gusi (oficialmente "Anónimo de Zaragoza", como la novela de Jan Potocki o como se escriba), Taza y sus lapidarias frases, Víctorquepocoteprodigasmajo, la Silvi, que me tuvo riendo media hora con el tema del semanario de bragas... Y mi concu, que tiene cierta tendencia a contar cosas tronchantes...Y seguro que me dejo alguno en el tintero, pero no me voy a poner ahora a revisar las 66 diabólicas entradas, para ver quién me hizo comentarios por doquier.
Vamos, que con tanto público, me cuesta a veces un poco escribir alguna gilipollez, porque digo "¿qué harán si no les gusta?". Esto en Horche es una pregunta absurda, pues tirarme al pilón, claro está. Así que intento pergeñar tontunas cada vez más gordas, para que paséis un buen ratejo, más que nada por compensar el trabajo que os costó colgar la foto a unos y escribir los comentarios a otros y las dos cosas a unos pocos; para no acabar echando unos nados en la fuente que, aunque ya no hay mulas y el agua no se pone verde, sigue estando fría; para que no me deis collejas cuando me veais por la calle; para que me sigáis invitando a unas cañejas de vez en cuando... En fin, esas cosas. Ah, bueno, y porque vosotros os reís cuando las leéis, pero yo, en algunas ocasiones, me descojono solita mientras las escribo.
Pero claro, resulta que tener el ventanuco lleno de gente y prácticamente todas las entradas con comentarios, además de por encima de cuatro mil visitejas a éste, mi humilde y un tanto chiflado "loft" en la "güés", pues hay que sucumbir a las "peticiones del oyente". Así que, tras haber leído el comentario de mi "hemmano", mis sobrinos y, últimamente de la prima Elvi (por cierto, que a ver si escribes, rica - ya sé que me dirás que cuando yo te llame para tomar café en Alcalá... -), pues he decidido cambiar el fondo y el color de la letra, para que no se os caigan los ojos al suelo, ni tengáis que cambiaros las gafas dos veces al año, como yo, ni nada. Ahora bien, si de esta luminosa manera encontráis unas erratas que lo flipáis, no os sorprenda, que mi extraña topez me permite ver mucho mejor letras negras en fondo blanco, que letras verdes en fondo lila (¿o no es así? ¿Me he vuelto a confundir de diseño? Buaaa...).
Ahora sólo espero que, viendo que vuestras medidas de presión han tenido éxito, no esperéis que adopte más cambios, como poner un fondo de alegres florecillas, frases cursis en el encabezamiento, fotos mías vestida de tirolesa, o que cambie el tono habitualmente gamberro y políticamente incorrecto del blog para hablar de los entresijos (o la casquería, como se prefiera) de la política internacional, los grandes maestros de la filosofía o las últimas jornadas futbolísticas. Porque eso sí que sería, además de un coñazo, un estrés y un sinvivir.

jueves, 22 de marzo de 2012

Y tó lleno bichos...

Que conste que la frase no es mía, sino de un coleguita de mi hermana, que definió así el Masai Mara o como se llame el sitio al que te llevan de safari cuando vas por África. Por lo que contaba, no podemos ni imaginarnos la cantidad de bicharracos que hay por ahí pastando. Claro, como en la tele sólo enfocan a las leonas, te crees que están ahí, solitas, en medio de la sabana, hasta que aparece un despistadillo rumiante, como quien no quiere la cosa... y se lía parda. Pero no, resulta que hay unos cuatrocientos mil millones más de bichejos por ahí, pero te tienes que poner un poquito más lejos para verlos todos.
El caso es que, durante mucho tiempo, he pensado que, con la excepción de mi casa cuando llego en verano a limpiarla, aquí estábamos libres de la invasión de animalejos, porque estaban todos en Kenia... Hasta que, hace relativamente poco, un acontecimiento aparentemente trivial ha venido a abrirme los ojos y he comprobado que también nuestro mundo civilizado está "tó lleno bichos".
Últimamente venían hablándome por aquí y por allá de las excelencias de un champú que, según me decían, está pensado para caballos. Y yo me pregunto ¿ni los pobres caballos están exentos de tales coqueterías? Dentro de poco habrá también rimmel para caballos, lencería para caballos y qué sé yo qué más. Los veremos en las peluquerías poniéndose mechas, haciéndose los cascos con manicura francesa, peinándose la cola con coleteros de Dora, la Exploradora... Qué desastre, de verdad, "vanita vanitatis" en versión caballuna. Y todo por nuestra culpa, que les hemos llenado la cabeza de sandeces.
Pero, como de costumbre, mi razonamiento no era, que se diga, muy correcto. Han tenido que explicarme, despacio y con dibujitos, que el champú con el que, de toda la vida, lavaban a los caballos para que estuvieran bien lustrositos antes de correr el "Grand National" y otras competiciones cuyos nombres desconozco, ahora lo han comercializado para uso humano porque es la leche de bueno para suavizar nuestras greñas, poblar nuestras calvas y dejarnos tan monas... Eso sí, supongo que un 200% más caro, que ya que a nuestros equinos no se la pueden clavar, pues a nosotros, hala. A restregarnos el cogote con champú de borricas. Lo siguiente será que nos convenzan de lo buenísimo que sería para nuestros pies calzar herraduras, que se desgastan menos que los tacones.
En fin, que me sugestiono con el asunto voy y me compro un bote para hacer la prueba, que todo el mundo me dice que le va estupendo y se les ponen unas pelambres que da gusto de rubias, brillantes y con el liso asiático ése de las narices... Pues a mí no, como ya podéis imaginaros: se me han quedado los pelos todos de punta y ásperos como un escobajo. Mis fermosas guedejas, merced a este champú, parecen... crines. Lógico. Es lo que tiene lavotearte con champú de caballos. De hecho, es tan requetebuenísimo que en la tienda me recomendaron que no lo utilizara mucho, que no conviene. Pues sí que estamos bien.
Esta absurda experiencia me ha recordado otras, más antiguas, también relacionadas con otros bichos y no me ha quedado más remedio que contarlas aquí, porque si se las comento a la gente en el curro huyen, asegurando que tienen a los niños en el horno o urgencias similares (snif).
Por ejemplo: ¿os acordáis cuando se puso de moda la baba de caracol? ¡Qué cosa más repugnante, por favor! Con la rabia que te da cuando algún bebé te chorrea las babas espesas y llenas de migas de pan por la cara mientras le estás haciendo el avión y resulta que nos dio por coger las de los caracoles, que son mucho más asquerosas y empezar a restregárnoslas por todas partes. Puaj. Hasta alguien conozco que le recomendaron esas puras babas, sin crema ni nada, para tratarse las verrugas y llevaba las manos como recién sacadas de la boca de un alien. Ignoro si se le fueron las verrugas pero, la verdad, yo hubiera preferido andar por el mundo con las zarpas como si llevara un puñado de chufas a restregarme los efluvios de esos gasterópodos cabrones con los ojos en los cuernos.
Siempre que veía en la tele el anuncio de marras, en el que te decían que llamaras a no sé qué número de teléfono y te mandarían más y más tarros de crema a unos precios sorprendentes (¿sorprendentes? Lo sorprendente es tener que pagar por esa pringue) me quedaba flipada viendo cómo se la daban por aquí y por allá y aseguraban tener la piel más joven, haber perdido de un plumazo todas sus arrugas, haberse curado de la celulitis, la lepra y no sé cuántas virtudes más. Vamos, hombre, por favor. ¿Habéis conocido a alguien que comprara esa guarrería? Pues eso.
¿Y qué me decís de la "crema de la vaca"? Nunca supe si se llamaba así por haber sido diseñada exclusivamente para vacas, por estar fabricada con vacas o porque se les puso en los mismísimos a los que la comercializaban, pero me daba un mal rollo... Con el cariño que le tengo yo a las vacas, que hasta mujo en mis ratos libres... Imaginarme que las hacían paté para que yo me lo untara en el ombligo y se me pusiera moreno... Otras veces pensaba que eran las vacas quienes debían dársela para tomar el sol, tal vez así no se quedaran a manchas blancas y negras, como si tuvieran vitíligo... Pobres vacas mías, si a ellas les importa un rábano estar o no morenas, lo mismo que a mí, la verdad. Pues pasando de la crema de la vaca.
Más ejemplos: en mis no muy lejanos (mentiraaaaaaa, mentiraaaa) años de estudiante, aprendí que los fenicios y los romanos fabricaban el tinte púrpura machacando los caparazones de no sé qué caracol, o de algún otro animalejo repugnante, seguramente marino. Total, que los patricios y esas gentes se envolvían las nalgas con telas teñidas con cascaritas de caracola. Espero que no se pincharan el culo con algún resto. Bueno, pues el té que espurrea la máquina del curro tiene un color parecido y, de hecho, una compañera asegura que lo preparan con cochinillas machacadas... Me he pasado al café, aunque otro colega asegura que la leche auténtica no puede hacer esos espumarajos y que, con toda seguridad, sea fairy. Pues sí que estamos buenos.
Luego está una cosa que llaman goma laca o algo parecido, que sirver para frotar y refrotar los muebles de la abuela y dejarlos bien regonitos. Yo pensaba que era un barniz, pero me dicen que no, que es un pringue preparado con restos de más y más repugnantes bichos. La próxima vez le doy a la mesilla una mano de purpurina, que seguro que no tiene nada de eso.
En fin, que ya veis cómo están las cosas, "toas llenas de bichos". Y yo digo ¿alguno der estos productos tendrá la etiqueta tan mona de "no testado en animales"? Porque el champú de caballos, habrán tenido que probarlo con caballos, imagino ¿o lo probaron primero en humanos, para asegurar que los caballos podrían usarlo sin peligro?; las babas de caracol ¿se le ocurrió comercializarlas a un guarro o probaron primero a ver cómo se les arreglaban las goteras de la cáscara? ¿Probaron la famosa crema bronceadora en vacas o esperaron primero, a ver si se achicharraban las señoras? ¿Dieron a beber el té a las cochinillas y, una vez comprobado que no fallecían las trituraron y las metieron en la máquina del trabajo? ¿Limpian las larvas los huecos de los árboles en que viven con la susodicha goma laca y los dejan bien brillantitos?
Ignoro la respuesta a todas estas preguntas, pero allá donde miro encuentro un producto "lleno bichos" y no sé si seguir la corriente y utilizarlo o morirme de asco. Esto es un estrés y un sinvivir.

lunes, 5 de marzo de 2012

Pasteles, bombones y nueces de macadamia

Llevo una temporada que, por motivos que no alcanzo a comprender, toneladas de dulces se cruzan en mi camino... con desastrosos resultados para mi cinturita de avispa. Ya sé que tod@s empezamos el año con los mismos propósitos, entre ellos quedarnos hech@s un@s sílfides, para poder lucir el bikini en verano... Y también sé que tardamos nada más unos quince minutos en mandar al cuerno tan loables intenciones. Pero este año, no sé si por alguna conjunción astrológica, voy a renunciar al consabido régimen, no por desidia, sino por las constantes granizadas de tartas, bizcochos, helados, etc. que me están cayendo, sin ninguna compasión. Ya le dije una vez a mi sobrino que huír de semejantes fenómenos meteorológicos es de "copardes", que sólo hay una salida digna y es sucumbir a la tentación. Claro, así me luce el pelo.
Por ejemplo, ¿por qué este Carnaval a todo el mundo le ha dado, no sólo por preparar orejas, sino por convidarme? Pues dos compañeras me han traído cantidades ingentes de orejas que hubiera sido una descortesía rechazar, con la de tiempo que lleva prepararlas. Y ya que las tienes, las pruebas, joder, qué ricas. Tratas de distinguir los diferentes sabores que las conforman y, claro, en esta inocente actividad te has comido kilo y medio sin darte cuenta. Menos mal que no me dio por mojarlas en chocolate, sólo en ponerles miel por encima. Lo menos me ahorré catorce calorías... Eso en junio se notará.
Pensaréis que, una vez pasado el Carnaval, este problema se habrá resuelto por sí solo para ser sustituido por un repentino ataque de bacalao y potajes, pero os equivocáis. Los malignos dulces me siguen acosando:
Ahora resulta que han abierto, cerca de mi academia de inglés, una tienda de chuches para adultos, una especie de franquicia sueca, que se llaman algo impronunciable que empieza por "oo" ("ooh, qué buenos, o algo parecido). Entras y te sientes como si fueras a tomar el té con Willy Bonka, qué barbaridad. Montañas de caramelos, bombones, ositos de gominola bañados en chocolate, esas nubecitas que ahora, no sé por qué, se llaman "masmalous" o algo parecido; regalices de todos los tamaños y sabores, bolitas de arándanos (¿cómo no habíamos descubierto aquí el enorme potencial de los arándanos? Seguro que sólo los utilizamos para hacer algún licor) y de coco (qué miedoooo), yo qué sé, la locura. Te dan una especie de cogedorcillo, una bolsita y, hala, a la carga, que todo tiene el mismo precio. Vamos, que practicar inglés me va a llevar a la diabetes antes de acabar el trimestre. Snif.
La cosa, obviamente, no acaba ahí. Resulta que reviso los tickets descuento del supermercado y veo que tengo un 10 % en helados y la mala pata de descubrirlo el día que han repuesto género y tienen como once mil vasitos de vainilla y nueces de macadamia. Y yo me pregunto ¿por qué está tan bueno ese jodío helado, si la vainilla es la cosa más insulsa que existe? Supongo que será por la macadamia, ¿qué cojones es la macadamia? Así que lo miro en la wikipedia y me entero de que es una planta de la familia de las proteáceas (aaaaah, aclaradooo) y que no sé cuántas variantes son venenosas. Espero que la que utilizan para los helados no lo sea porque, si no, ya me habría muerto... Creo que, para evitar a cualquiera que venga a casa el riesgo de intoxicarse, es mejor que me lo coma yo todo... Me parece que voy a reventar. Menos mal que se me han acabado los vales.
Si hago un breve examen de conciencia compruebo que he pasado los últimos quince días sometida a la tiranía de las bolitas de arándano, las de coco, las orejas de Carnaval y las nueces de macadamia. ¿Será por eso por lo que no me caben los pantalones?
Pero el ataque de la glucosa continúa: todavía queda sufrir la maldición de los bizcochos caseros de chocolate y avellanas. ¿A qué mente perversa se le ocurrió tan herética y deliciosa receta? ¿Por qué todo el mundo aprovecha los cumpleaños de los amigos para prepararlos? ¿Por qué estoy invitada a tales fiestas mistéricas? Lo ignoro, pero todavía tengo migas en los bolsillos.
El caso es que, si lo analizas fríamente, podrías evitar con cierta facilidad estas desconsideradas agresiones contra la línea: bastaría con rechazar amablemente las orejas alegando, por ejemplo, que de lo que se come, se cría (o, más educadamente, decir que estás a régimen sólo de acelgas, o algo así); salir de clase de inglés por el lado contrario: así, además de una paseata de una hora, que te sentará fenomenal te evitarás pasar por la maligna tienda; tirar los tickets de descuento, salvo cuando sean para productos dietéticos y sin azúcar; declinar las invitaciones a las fiestas de cumpleaños diciendo que te has quedado encerrada en el váter y no puedes salir hasta que venga el cerrajero; renunciar a meter las manos en los bolsillos (además, no es nada elegante) y luego lamer las migas de los dedos... Así conseguirías llevar una vida mucho menos dulce y tus lorzas te lo agradecerían. Podrías dedicarte al ejercicio intensivo, las crudités y, en todo caso, investigar sobre las virtudes de las nueces de macadamia separadas de su triste envoltorio de vainilla; renunciar a todo tipo de interacción social (celebraciones con los compañeros, cumpleaños de los colegas...) y convertirte en un ser autista, delgadito y, posiblemente, económicamente mejor situado, porque te ahorrarás una pasta en dulces...
Pues vaya una mierda; prefiero seguir siendo prisionera de la lorza y disfrutar de estos arranques de chocolate y nueces. Que la vida sin pasteles es un estrés y un sinvivir.