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viernes, 16 de diciembre de 2011

Los semáforos inteligentes están leyendo a Kierkegaard

Resulta que hoy me ha llevado casi media hora salir de Alcalá, porque absolutamente tooooodos los semáforos que me he ido encontrando (aproximadamente ochenta y cinco mil) estaban en rojo. Eso y las varias decenas de rotondas, convierten el tráfico complutense en un ejercicio práctico de oposiciones para una plaza en un psiquiátrico. Lo curioso es que en ninguno de los malditos artilugios había nadie cruzando, así que supongo que se habrán cerrado al alimón, por una especie de solidaridad gremial o porque el primero ha avisado "ojo, que va la petarda esa de las gafas" y han decidido, entre todos, darme el día. Yo se lo agradezco, que conste (¿qué sería la vida sin retos?) pero, palabrita, es para enervar a cualquiera. Menos mal que me tomo las cosas con calma (los denuestos, rebuznos y blasfemias no cuentan) y me da igual tardar cinco minutos que siglo y medio (así tengo más tiempo para tararear tonterías, que luego nunca estoy a solas y no puedo).
Pero como, ya sabéis, no soy capaz de estarme quietecita y a mi rollo, he venido todo el camino pensando en la historia de los semáforos inteligentes y he llegado a la conclusión de que no tengo muy claro si son muy listos, pero cabrones, o todo es una mentira y son gilipollas del culo pero aún no nos hemos dado cuenta.
¿Os acordáis cuando empezaron a aparecer en las ciudades los que te pedían que les avisaras para cerrarse? Qué ilusión nos hacía ver esos malignos cajetines con la estupenda frase "peatón pulse", que cambiaba por la más fermosa aún "espere verde" cuando le dabas al botón. La pena es que a mí nunca me tocaba pulsar el botoncillo de marras, por eso de ser la pequeña. No recuerdo cuál de mis hermanos mayores lo hizo por primera vez... Y digo que no lo recuerdo, porque no hemos vuelto a verle desde entonces. Probablemente siga allí, junto al paso de peatones, esperando que el monigotillo se ponga verde para cruzar, quién sabe a dónde. Así que, si pasáis por algún sitio regulado por uno de estos apestosos artefactos y veis a un anciano decrépito, esperando incansable, lo mismo es de mi famiglia.
Y es que, en vez de "espere verde", el mensaje de retroalimentación debía decir "y jódete, tonto'l haba" porque, de verdad ¿alguna vez habéis podido, realmente, "esperar verde"? Si tienes cuatro o cinco horas para atravesar la calle, pues bueno, pero claro, eso no suele ser lo habitual. Ya sé que, cada vez con más frecuencia, se está oyendo hablar de personas que insisten, pese a lo ajetreado de nuestro mundo, en llevar una vida tranquila y relajada. Ellos quizás podrían esperar para cruzar de nueve a doce pero, normalmente, esta gente admirable vive en el campo, donde no hay semáforos y lo único que hacen es esperar a que pasen unas cabras y eso es muchísimo más ameno que poner cara de idiota mientras aguardas, con la vista fija en la luz verde para los coches, a que cambie de una puñetera vez.
Todo este rollo es para que entendáis por qué están todos los semáforos con temporizador vacíos (porque los que le dieron al botón murieron ya de viejos o porque decidieron que tardaban menos en llegar a destino dando la vuelta por Sebastopol o porque, los muy incívicos, cruzaron a la carrera), pero tú te tienes que parar igualmente, que si no la lías.
Otras veces pienso que los han activado algunas madres, a las ocho y media, cuando llevaban a los niños al colegio, con la esperanza de tenerlos preparados a la hora de comer. Incluso, hay una leyenda urbana que dice que, para cruzar por las mañanas, hay comunidades de vecinos que se turnan para darle a los botoncillos a las once de la noche y así, a la hora punta, están cerrados, ellos cruzan y los conductores nos cagamos en sus muelas. Esto sí que es aterrador y no lo de la muerta de la curva...
Pero aquí no acaba la pesadilla de los semáforos inteligentes: también estan los que empezaron a poner en los ochenta, con ruidillos para ayudar a los invidentes. La primera vez que vi uno de éstos fue en Soria y una amiga mía, tan despistada como yo, me dijo "por ese cruce acaba de pasar un camión de pollos". Y las dos convencidas de que la ciudad del Duero había sido tomada por las gallináceas. Pero, claro está, no era eso.
Con el paso del tiempo fui viendo más y más de esos cacharros. Sé que han sido de gran ayuda para los ciegos pero, de verdad, ¿no os pone de los nervios estar oyendo gallinas cacareando, cada vez más deprisa, mientras tú tratas de llegar al otro lado arrastrando el carro de la compra, la bici del niño, vuestra anciana madre o cualquier otra impedimenta (todo sea dicho con el máximo respeto, que conste)? Y el semáforo "guañaguañaguaña", cada vez más deprisa, hasta que le da como tos ("guaña, guaña, guaña") y tú sigues sin cruzar porque se te ha enganchado el carrito en una rejilla del metro y juras en arameo o cualquier otra lengua antigua que te mole.
Y yo, como soy lela, encima me pregunto "¿por qué tengo ¿que esperar quince o veinte años a que se ponga en verde, si luego sólo me dejan cuatro nanosegundos para cruzar?". Aún no he recibido respuesta (snif).
Para tocar aún más las narices, puedes tener uno de esos que, en una dirección, están fijos en rojo y en la otra, con la lucecilla ámbar que, cuando eres conductor, significa "paso" y cuando eres peatón, significa "qué cojones, paso yo" y te tiras media hora, jugando al escondite inglés con el coche que viene, que si me muevo yo, que si lo haces tú, que si te hago señas para que pases, que si yo te las hago a tí y, al final, cuando decidimos pasar, ambos a la vez, el disco se ha cerrado y el tío del otro lado, que llevaba media hora esperando como un cabrón, se larga haciéndote gestos emotivos asín, con la manita. De verdad, ¿habéis calculado cuál es el tiempo real que tenéis para cruzar y cuál el que pierde el tipo del otro lado, esperando en el coche? En el primer caso, dos o tres milésimas (en los de larga duración); en el segundo, varios decenios. Por eso dicen que, en España, la población envejece, porque lo hacemos esperando en los semáforos.
Al final, me quedan unas cuantas dudas:
- ¿Están todos los semáforos en ámbar porque no han sido capaces de sincronizarlos? Argumento que ya he escuchado en más de una ocasión.
- ¿Hay cámaras ocultas con las que algún sádico se descojona viéndonos esperar horas y horas para cruzar en los semáforos de botón?
- ¿A nadie se le ha escapado el perro, persiguiendo unos inexistentes pollitos tartamudos?
- ¿Debemos esperar, en el futuro, más gilipolleces - y más gordas - de este tipo?
En realidad, no puedo contestar con seguridad a ninguna de estas cuestiones pero, os aseguro, intentar recorrer las avenidas de Alcalá se convierte, tanto para coches como para peatones, en un estrés y un sinvivir.