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miércoles, 1 de agosto de 2012

Mis recetas contra la crisis (I): Acaba con las pizquitas

Tengo que reconocer que, con la que está cayendo, a más de uno puede parecerle una cabronada que ofrezca, en este mi blog y el vuestro, mis sabios y reputados consejos para combatir la feroz crisis que nos invade. Pero es que, de verdad, cada vez que veo el telediario, leo el periódico o tecleo en el gugle los palabros "prima de riesgo" me entran ganas de tirarme por la ventana... Y dado que eso supondría, además, un gasto extra para el ayuntamiento en recogida de cadáveres con gafas, que seguro daría lugar a un nuevo impuesto municipal, encima os cagaríais en mis muelas, so insolidarios.
Así que he decidido contar aquí estos sencillos modos de reducir nuestro déficit doméstico y se me ha ocurrido pensar en, como dice mi amigo Ignacio, las "pizquitas", sí, toda esa mierda que acumulamos en la nevera hasta que se pone negra y hay que rascarla con una espátula. Pues, si te adelantas un poquito a este asqueroso momento, resulta que ¡se puede comer!
Por ejemplo: hoy he merendado un delicioso trozo de turrón de chocolate con almendras. Estaba allí desde diciembre (no recuerdo de qué año). De momento no he tenido que ir corriendo al váter presa de un horrible ataque de retortijones así que, aunque me apuesto las orejas y no las pierdo a que estaba caducado, el precinto lo ha mantenido en un estado, no sé si comestible pero, al menos, no venenoso. Mañana volveré a meter la mano en el cajoncillo de la mantequilla, como está muy alto no lo hago casi nunca, puede que encuentre un guirlache, unas peladillas, una figurita de mazapán... o algo vivo me muerda un dedo, habrá que tener cuidado.
En fin, que puedo solucionar las meriendas de esta semana con todas esas porquerías largo tiempo olvidadas. Hace un rato, cuando he ido a guardar la botella del agua, me ha parecido ver una chocolatina pillada entre dos botellas. Creo que no compro chocolatinas desde 2010. Es increíble mi clarividencia, ya entonces preveía el colapso que nos ha caído en la cabeza y guardé la última para tiempos más difíciles. Calculando, así por encima, lo que puedo gastar en la merienda, resulta que me ahorro unos cuatro euros. Un pasote.
Otra cosa que nunca valoro lo suficiente: el ketchup, que ahora me va a sacar demás de un apuro. Resulta que siempre tengo un bote plasticoso enorme en el frigo... ¡y no me gusta! De verdad ¿a quién, con más de quince años, le mola este emplasto colorado? Es pringoso, dulzón y lo deja todo lleno de churretes, entonces ¿por qué demonios lo compro? Siempre había pensado que porque estoy tonta, o porque algún sobrino ha estado a merendar. Ahora he comprendido que mi visión de futuro era la que me impulsaba...
¿Que cómo podemos reducir el déficit gracias al ketchup? Pues muy sencillo: según un libro que tenía mi hermano, titulado algo parecido a "Cómo tener la casa como un cerdo", puedes utilizar el ketchup para dos cosas: disuelto en agua caliente es una estupenda sopa de tomate; igualmente disuelto, pero en agua fría, un rápido y delicioso gazpacho. Vamos, tu ración diaria de vegetales resuelta en dos chorrazos. No sólo ahorras dinero, también te baja el colesterol (y te sube el ácido úrico, la tensión y la glucosa, pero de eso hablaremos en otro capítulo). Además, como la botella es muy grande, también puedes aprovechar este repugnante tomatillo dulzón para camuflar el sabor de cualquier otra guarrería que tengas por ahí danzando y decidas comerte, por ejemplo, esa salchicha que siempre se queda sola en el paquete y se pone reseca y asquerosa. ¿Por qué porras se empeñan en envasarlas impares? Si siempre te comes dos... Ganas de hacernos comprar de más, así se desencadenan las crisis, por gastar por encima de nuestras posibilidades, que ya nos lo dicen en la tele y nosotros, hala, a nuestra bola, si es que nos merecemos lo que nos pasa... En fin, que una a una, calcula la cantidad de salchichas que perderías de no contar con mis fantásticos consejos, lo menos doce al año, si es que compras un paquete al mes.
Y ¿qué pasa con esos medios limones que se van encogiendo y endureciendo, hasta que parecen de piedra berroqueña? ¿Cuándo demonios has hecho uso del medio limón que te sobra de aderezar algo? Pues ahora puedes: hazte un refresco, hombre, te evitarás tener que comprar cocacolas y, con su potencial antioxidante, estarás llevando, sin darte cuenta, una dieta anticáncer, gratis ¡en medio del caos económico más descomunal que ha conocido el mundo!
Claro que, si no te gusta la limonada, siempre puedes aprovechar, igualmente, este maldito cítrico, ponle dos o tres clavitos (de especia ¿eh?) y te ahorrarás el insecticida en verano, que sale más caro que una cocacola aunque, obviamente, dura más.
¿Os parece poco el ahorro? Pues todavía se puede recortar más el gasto: pon todos los yogures en el mismo sitio y luego ¡cómetelos, coño, que no sé para qué los compras! Que detrás de cada bote sale un yogur y luego, cuando quieres comerte uno, nunca hay. Es que se esonden, los cabrones. Esa vida interior que atesoran posee cierta primitiva inteligencia y por eso se colocan estratégicamente. Luego, cuando los encuentras, hace ya un mes que caducaron y tú vas y los tiras, con lo que se han salvado. Pues se acabó. ¿No te decía tu abuela que duraban, como poco, un mes más de lo que dice la tapa? ¿Vas a poner en duda la sapiencia de tu abuela? ¿Vas a ser un@ cobarde? ¡Noooooooooooooo! Pruébalo, que el baño está cerca, por si te da un yuyu. Al fin y al cabo, hay abuelas peores que la tuya, las que decían que, si no tenían moho, estaban buenos y si lo tenían, se quitaba y ya está.
Calculando que una nevera corriente tiene capacidad para ocultar de tus ojos unos tres yogures ¡no te dejes engañar, rebusca, que seguro que están ahí!
La cosa promete, vamos camino de ahorrarnos unos diez euros. Pero no debemos fiarnos de las efímeras bajadas de la prima de riesgo, hay que continuar con los ajustes, que ya nos lo dice el "gobienno". Por ejemplo ¿sabíais que se puede organizar una deliciosa cena a base de variantes viejas? Esos botes de encurtidos que no se sabe por qué guardas, porque todo está asqueroso, que hasta coliflor tienen, pueden pasar por exquisitos aperitivos si los escurres bien (luego hablaré de cómo aprovechar ese vinagre, ¡que no se desperdicie nada!) y les añades algo que tengas por ahí: el ketchup, por ejemplo. Pero si ya habéis apurado vuestra cantidad diaria de verduras, no exageréis, que todos los excesos son malos. Probad, en cambio, con el puré de patatas, que siempre hay una bolsita plateada, sujeta con una pinza, que tiene dentro no más allá de diez o doce escamas. Ahora es el momento de utilizarlas. Lo horneas un poquitín y hala, canapés, como en las cenas de postín... y sin gastar una lata.
Con esta ingente labor de ajuste y reciclaje de pizquitas, hasta empiezas a ver las paredes de la nevera. No te deprimas si tienen moho, podrás aprovechar el vinagre de los encurtidos para una limpieza fondo.
En fin, remata la faena vaciando el cajón de los embutidos: encontrarás tropecientos cabitos de fuet y/o chorizo, duros como piedras y con un largo cordoncillo. No os recomiendo que os comáis el cordón, sabe a rayos, pero los cachitos se pueden echar a las patatas y, si cuecen lo suficiente, pueden ser masticados sin que se te caigan los empastes, ni nada. Unas patatas a la riojana, pero en cutre...
Como con mis instrucciones puede que vuestro nivel calórico haya subido hasta límites alarmantes, ahora, que habéis vaciado la nevera, es el momento de limpiarla con el vinagre. Por lo menos el ejercició os regulará los niveles y os mantendrá ocupados un buen rato, en el que no gastareis el dinero que no teneis y no vereis la tele, así que vuestra depresión no irá en aumento.
Y creedme, tomároslo con calma, porque esto sí que es un estrés y un sinvivir.