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viernes, 16 de mayo de 2014

Una maraña de cables...

A principios de este siglo fue galardonada con el Ignobel (antinobel, lo llaman en otros sitios, ya sabéis, ese premio que se concede a los estudios científicos que, aparentemente serios, resultan ser una chorrada como la copa de un pino) una investigación que concluía que los cables, hilos, espaguetis, cuerdecillas y cosas similares estaban condicionadas molecularmente para acabar hechas un embrollo de toma pan y moja...
Supongo que muchos de los trabajos que obtienen el Ignobel son muy difíciles de verificar para los legos en la materia, como yo, porque, a ver, de qué forma puedo comprobar la importancia de los armadillos como agentes alteradores de los yacimientos arqueológicos y, desde luego, no estoy dispuesta a experimentar si determinados mohos son o no capaces de recorrer laberintos; pero creo que todo el mundo está de acuerdo con los autores del estudio de marras, más que nada porque me juego las orejas y no las pierdo a que cada uno de vosotros tiene en casa un buen mogollón organizado por varios miles de cablecillos que le va a llevar siglo y medio desenredar.
Esta tarde mis propias gafas han sido testigos de semejante estupidez: tenía que cargar la batería de la tablet para poder instalar cuatro o cinco millones de actualizaciones (cosa habitual cuando llevas unos días sin utilizarla) y al abrir el cajón he tenido la sensación de sumergirme en el universo de la tarántula peluda del Amazonas y sus primas, pues eso parecían todos los cables que estaban ahí metidos, un nido de arañas gordas y patudas.
Me han venido a la cabeza recuerdos de cuando el electricista cambió la instalación de la luz en mi casa, que levantó una de esas tapitas que hay pegadas al techo y lo que asomó por ahí me hizo decir "¿qué es eso, la toma de tierra o una viuda negra?" cuando era, en realidad, una guarrería que llevaba ahí escondida varias décadas... iiiiiih, me dan escalofríos sólo de pensarlo... Pero bueno, eso le tocaba apañarlo al chispas, cosa que hizo, como dicen en los libros, con sumo esmero y diligencia.Como que ahora, si levantas esas malditas puertecillas, lo que te encuentras, en vez de un montón de patas negras, es un montón de patas azules, rojas, verdes, en fin, una monada, en lugar de un nido de arañas parece te asomas al cesto de las lanas de tu abuela y te entran ganas de hacerte un jersey.
En fin, he echado mucho de menos a Juanpe, el electricista, con el que hice buenas migas porque le gustaba el palique tanto o más que a mí (ya sé que diréis, los que me conocéis, que eso es muy difícil pero ¿estabais allí para corroborarlo? No. Pues os fastidiáis y me creéis), pues su habilidad para deshacer nudos traspasó fronteras. ¡Si yo tardo hora y media en cambiarle los cordones a unas zapatillas! Pero claro, si le llamaba para esto me iba a salir la recarga de la tablet por una pasta y no era cuestión. Así que he pensado "¿quién dijo miedo?", como dice mi madre. He procurado coger todos los cables juntos... y he sacado del cajón no menos de ochenta y siete metros de enredujos, además de quince o veinte enchufes, puertos usb, cargadores diversos y hasta un cacharrito de esos que sirve para cargar la batería de una cámara... Todo de una vez. Hala, venga, que no decaiga. Como que, por un momento, he pensado que del último de todos iba a colgar un chihuahua que, probablemente, me mordería un codo según estaba moviendo todo ese mogollón.
Total, que me he pasado como una hora de reloj tirando de aquí, aflojando de allá, pasando esta clavija por aquel bucle y deshaciendo nudos que aparecían por todas partes nada más que para fastidiar y he ido liberando el cargador de una videoconsola, la conexión del e-book, un cargador de móvil viejo, el cable de la cámara de fotos, una clavija multiusos que no recuerdo ni haber comprado, la conexión del smartphone (que me ha hecho pensar que llevo siglos sin pasar unos doscientos millones de fotos que me han mandado por el guasap y la próxima vez que alguien diga "Muuuuuuuuuuu!" me va a petar la memoria), otro cargador de otra videoconsola... y otro. Pero bueno ¿tengo yo tantas videoconsolas? Sí, snif, soy una friki, que recuerde tengo al menos tres. Pues me sobra un cable. Sospecho que alguno de mis sobrinos lleva una larga temporada sin echar una partida con la PSP. Pooooobres.
También han aparecido otros muchos que ni idea de qué son, palabrita y los de las consolas tienen la marca grabada por algún sitio, pero estos son los cables más anodinos, anónimos y aburridos que os podáis imaginar. Eso sí, todos están hechos un lío, Ignobel dixit. Soy consciente de que debería aprovechar la ocasión para tirarlos por el váter y recuperar algo de espacio en el cajón, pero llevo muchos años viviendo conmigo misma, los suficientes para saber que, en el momento que los tire, descubriré el artilugio al que alimentan y será, por ejemplo, la batidora o la máquina de depilarse las narices y me harán falta. Las dos máquinas. A la vez. Más snif.
¿Notáis algo raro en esta relación? ¡Síiiiiiiiiiiiiiii! ¡Efectivamenteeee! El cable de la tablet no estaba en el montón. Lógico. A saber dónde demonios lo he metido. Pero con toda esta puñeta me he pasado la tarde jugando a desatar nuditos, a lo mejor me sirve de terapia para la artrosis... Lástima que no tenga... Ni artrosis, ni cable, ni forma de actualizar mis aplicaciones, sólo un cabreo monumental por lo desastre que soy.
Porque aquí estoy, con la tablet conectada al portátil (el cable de conexión sí ha aparecido), a ver si se carga de una vez y no me consuela pensar que todos los demás cablecillos están ahora bien enrolladitos y colocados, porque gracias a los malditos Ignobel ya sé que, todo lo más el sábado, estarán otra vez hechos un follón de padre y muy señor mío y cuando vaya, por ejemplo, a descargar un libro, tendré que emplear otros quince mil años en desenredar todo otra vez para, al final, descubrir que el cable que me hace falta no está ahí y tendré que apañarme otra ñapa, como hoy, para resolver el problema.
Y lo peor de todo es que seguro que hay otro cajón en casa, no sé cuál, donde todos estos malditos trastos se han escondido, probablemente para reírse de mí. Cualquier día, al pasar por delante del mueble del salón oiré "jejejejejeeeeeeeeeeeeee", así, muy bajito, abriré uno de los cajones y ahí estarán, los muy asquerosos, enredados unos con otros y tendré que perder una tarde entera, como hoy, en ponerlos en orden.
.. Pero, por supuesto, en ese momento no tendré necesidad de conectar el e-book o cargar la tablet, lo que querré será jugar una partidita al "Angry birds" y no podré, porque el cable que necesite no estará allí...
Cómo añoro aquellos tiempos en que bastaba con tener un cuaderno y un boli o cuando los trastos funcionaban con pilas, porque esto de tener que cargar las baterías y no encontrar jamás el cable correspondiente, estaréis de acuerdo conmigo, es un estrés y un sinvivir...