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viernes, 29 de abril de 2011

De natural frondoso (muy frondoso) o la ropa encoge

Pues eso. Al recordarme mi amiga Gusi que busque un bañador para los próximos días, me he sentido ligeramente cabreadilla, ya que he comprobado varias cosas desagradables, a saber:
La primera, como os podéis imaginar, es que no tengo ni puta idea de dónde guardé los bañadores al acabar el verano pasado. Es lógico, como soy más bien de secanillo, voy a la piscina, en total, cinco días por año (y eso en los años de ciclo húmedo, como dicen los meteorólogos).Y vamos a ver, ¿alguno de vosotros se acuerda de lo que desayunó hace un año? Pues ¿por qué tengo que acordarme yo de dónde puse un bañador? Pero, aunque tenga perfectísima excusa, me encuentro en una situación que, no por conocida, deja de ser lamentable: para un día que sé con certeza que me voy a meter en una pisci, entre 365 que no lo hago, me tengo que comprar un bañador nuevo que, en septiembre, guardaré con mucho amor diciendo, "aquí, que me acuerdo, para el año que viene". Ilusa, ¿cuándo demonios me acuerdo yo? Snif. Creo que mi casa está llena de "aquís, que me acuerdo", donde se custodian prendas desde hace varios quinquenios. El día que los encuentre, me cagaré en sus muelas.
Por otra parte, no sé si merece la pena que encuentre los malhadados bañadores o, siquiera, alguno de ellos, porque nefastas experiencias me hacen sospechar que, de dar con uno, será cuatro o cinco tallas más pequeño que mi orondo culo. Porque la ropa perdida, creedme, aprovecha los años  que no la vemos para encoger, la muy cabrona. Y si no me creéis, intentad ahora, so listos, poneros el traje de vuestra primera comunión. Algunos no son mucho más altos que entonces, así que debería quedarles bien, si acaso, tendrían que sacar un pelín el bajo. Pero no.
Creo que la ropa perdida se vuelve rencorosa, allá donde se oculte (el fondo del armario, el  talego del pan, la maleta de las vacaciones pasadas, como en el cuento de Dickens...), porque se siente sola y abandonada, se frustra y manifiesta su descontento haciéndose cada vez más y más chica... Vamos, tiene que ser eso, porque la otra opción es que, de un año para otro, aumentas un par de tallas. Y eso, ¿qué vendría a ser, que engordamos del orden de diez kilos por año? Jodóoooooooooooooooooooooooo.
Yo, que reconozco ser "de natural frondoso", expresión que acuñé hace tiempo y le gusta a mi amiga Conchi, escucho con frecuencia comentarios del estilo de "qué va, exagerada" (eso cuando digo que he debido subir varios quintales en las vacaciones), "pues yo creo que has adelgazado" (esto otro, cuando me pongo algo de color negro, vamos casi siempre, llevaría unos veinte años adelgazando y ya no se me vería), "mira cómo estoy yo" (pues igual de gorda que yo, qué quieres que te diga) o (y ésta sí que tiene un pase) "no tan frondoso" (gracias, Isabelita). Si hago caso a esta gente que tanto me quiere y a la que tanto debo, es obvio lo que comentaba más arriba: que la ropa encoge, para vengarse de nosotros y hacernos creer que estamos gordos. En realidad, somos todos esbeltos, etéreos cual sílfides y todo es una campaña de desprestigio urdida por nuestros bañadores viejos, que se sienten desplazados (y con razón) cuando llega septiembre.
¿Cómo podemos escapar del siniestro complot de los trajes de baño? Se me ocurren algunas opciones:
La primera sería manteniendo una estricta dieta de apio durante todo el invierno. Ya podrían ponerse como quisieran, que siempre tendrías que caber en ellos o, en caso contrario, estaría plenamente justificado que los quemaras en la plaza pública, tras juicio sumarísimo y aplausos del personal. No les mola que nos olvidemos de ellos, menos aún que los quememos.
Otra opción sería donarlos a una ONG, por ejemplo "nadadores nudistas por necesidad", alguno habrá de vuestra (antigua) talla.Lo malo es que ignoro si existe esta organización, al igual que otras muchas que me invento todos los días.
La tercera sería apuntarse a una piscina cubierta en invierno. Así, al tener que usarlo todo el año, al menos dos veces por semana, les resultaría imposible perderse y, desde luego, no podrían sentirse abandonados, sino útiles y necesarios, lo que les llenaría de orgullo.
La penita es que, como os dije arriba, yo soy de secano (tú me entiendes, ¿verdad, Taza?), por mucho que quiera comer sólo apio, en cuanto puedo me pongo hasta las trancas y, obviamente, "nadadores nudistas por necesidad" es una ONG fantasma, que ha timado varios puñados de millones de euros a sus confiados miembros. Vamos, que seguiré sufriendo las iras de los despechados trajes de baño, que ya se encargarán, los muy cabrones, de transmitir a mis camisetas horteras también despechadas, mis pantalones ignorados, mis camisas indignadas y otros muchos enseres que se confabulan, año tras año, para hacerme creer que estoy cada vez más gorda.
Y porque sé que es un contubernio judeomasónico que, si no, cada cambio de temporada, ver la ropa del año anterior sería un estrés y un sinvivir.

4 comentarios:

  1. Está comprobado por todo el mundo y en todas las épocas, que por la noche todos los muebles y aparatos de las casas, al quedarse las mismas en silencio, aprovechan para hacer estiramientos y flexiones, ¿quién no se ha llevado un susto de muerte un día que no puede dormir, porque no oye más que "chas" "crok" "ñiiec"?; pues la ropa hace igual, sólo que la fase de estiramiento se la salta, los pantalones dobladitos aprovechan para tirar de los hilos hacia el centro, los botones de las camisas se corren hacia la sisa, incluso las costuras de los calcetines se arreguñan para que cuando te los colocas, al terminar la estación pertinente, el talón te queda por medio puente.
    No os sorprendáis, si ya hemos quedado en que las casas tienen vida propia, las latas de las alacenas se comen solas, las cortinas se arremangan para que no las pisen los "Mengues", ¿no parece evidente que la ropa mengüe?, pero además, con mala leche, pues también se ha dado el caso, aunque menos frecuentemente, de esas mallas que te quedan tan justitas y tan guays y no te acuerdas de ellas una temporada, y cuando un día, buscando un boli, en el cajón de los bolis, aparecen todas hechas un higo (con perdón), las sacas, las estiras, te las pones, y parece que han estado en la horma del zapatero, tan colganderas y fofas quedan. Entonces, casi (casi) te dan ganas de decir, anda, jopé todavía tengo que engordar un poco para que me valgan.
    En fin, u.e.y.u.s.

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  2. Ah, reiros, éso os pasa porque no habéis hecho DOS mudanzas en siete meses. Veis? Yo hace un mes que sé dónde tengo los bañadores y ya he tirado la ropa del año pasado en la que no quepo. Mudaos de casa, es la solución.

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  3. Tengo otra solución similarmente traumática, avisa a los pintores, tienes que guardar todo lo que hay por doquier antes de que vengan y luego volverlo a colocar, eso sí, tirando algo: los pantalones que hayan cometido la felonía de encoger no volverán a su lugar, lo que nos da pie a otro estrés y otro sinvivir, salir de compras para reponerlos, jua, jua.
    Dios mío, perdóname anónimo, dos mudanzas en siete meses... horror, es casi peor que lo de los pintores.

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  4. Total, que estamos las tres de acuerdo: la ropa encoge cuando te olvidas de ella, para vengarse de ti, salvo en un caso: cuando se da de sí por idénticos motivos. En cuanto a las mudanzas, pobrina mía, ya me conozco la historia y no te digo la famosa frase de "no hay dos sin tres", para que no me hosties, que estoy deseando ir a catar una birritas en esa flamante terraza con vistas a vete tú a saber dónde, que no sé la orientación de la casa nueva.
    Ah y que sepáis que no meto otro post porque no me deja acceder el cabrón del sistema, que me pide el número de teléfono para mandarme una clave, porque ya sabe la Gusi desde dónde me conecto.
    Jaaarl. Lo dicho, un estrés y un sinvivir. Snif.

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