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martes, 12 de abril de 2011

La casa con vida propia

¿Verdad que cuando cerrábais la casa del pueblo, al  acabar el verano pasado, creíais que todo quedaba, como dijera quien yo me sé y su pastelera madre "atado y bien atado"? Pues eso mismo creía yo, hasta que, por esos azares del destino, me he pasado por allí este fin de  semana.
Yo recordaba que, cuando acabaron las vacaciones, la casa estaba  "máomeno" recogida. Y sé muy bien lo que me digo: "máomeno", porque mi concepto del orden es pelín laxo. Las camas cubiertas con sus vetustas colchas, la última colada en el tendedero, esperando mi visita de una semana después para ir a ocupar el puesto que, por nacimiento, le correspondía, a saber, un fermoso armario de ropa blanca. La alacena bien surtida de alimentos no perecederos por si alguien decidía, en un arranque de no sé qué, pasarse por allí lampando. La tele tapadita, para que no se constipe. En fin, "efufendamente".
Total, que el sábado me voy "pallá", convencida de que todo estaría tal cual lo dejé, salvo la visita de mi santa hemmana que, amablemente, cual es su talante, se ofreció a airear un poquillo y ponerme un ratejo la calefacción, a fin de que mi orondo culo no se helara en la noche alcarreña. Abro la puerta ("ñieeeeeeeeeec"), enciendo la luz y... ¡Tachán! Una cortina enorme encima del sofá. ¿La dejé yo ahí cuando me largué con viento fresco? Pa mí que no o, al menos, no lo recuerdo. ¿Tendrá patas, la muy zorra? ¿O frío y por eso se metió dentro de casa? Porque es la cortina de la calle. Sí, esa que en verano no quita las moscas, en invierno se llena de mierda y todo el año hace un ruido de pelotas al chocar contra la madera. Pues ahí, sentadita en el sofá, la muy cabrona. Yo creo que entró a ver la tele.
La primera en la frente, habrá que colgar la cortina. Pero no me da la gana, coño, ya la colgaré en junio.
Sigo con mi ocular inspección y me encuentro, en la mesa de la cocina, fermoso cenicerillo con toba incluída. Pero si yo vacié los ceniceros cuando me fui... ¿Será que el pingüino que la ocupa durante los meses invernales, fuma, el muy degenerado? Pues ya podía lavar los ceniceros, que la roña se ha pegado al fondo y ahora tendré que rascarla con la cuchilla de la vitro. Lo va a hacer su abuela, que yo sólo vengo un ratito.
Paso a la salita y me pregunto ¿por qué está ese cuadro en el suelo? Quizá se rompió el clavo y se vino abajo, pero no, porque el cristal está intacto y el marco muy bien puestecito. "Aquello" debió descolgarlo para hacerle sitio a otro y luego, por no ponerse a clavar escarpias por ahí (entre otras cosas, porque ni "Aquello", el recalcitrante pingüino, ni yo, tenemos taladro), prefirió dejarlo, a la espera de mejores tiempos. Mi pobre sirenita (aunque mi madre dice que parece un puerro) por los suelos, sin que nadie se preocupe por ella. Snif.
¿Y qué cojones hacer el radiador en medio de la sala? Claro, como tiene ruedas, seguro que ha salido corriendo él solito, desde su sitio, para venir a darme la bienvenida, lo mismo que esa enorme araña que me contempla desde lo alto de las vigas (cuarenta siglos, o más, yo creo que está petrificada).
Mal va la cosa. Yo creía que había papel higiénico, pero resulta que está todo húmedo, se ve que el pingüino no ha sacado el frío del todo, ya verás tú, cuando quiera limpiarse el culo. Además, se ha dejado una toalla ahí, colgada detrás de la puerta, sin lavar ni nada... Qué cabrón. Y yo, al final de mis vacaciones "de recogiendo y de recogiendo" para esto.
Reviso la despensa. Jooooooooooder. ¿Por qué sólo hay piña en almíbar y guisantes - ¿serán en almíbar, también? -. Cuando yo me fui, había latitas de atún, de magrito de jamón, de albondiguillas, alguna verdura, mejillones, vamos, cosas decentes que te permiten resolver un repentino ataque de hambre. Cuando me levante mañana, ¿qué coño me voy a comer? ¿Unos guisantes? Sí, ya.
Porque las galletas no están cerradas y, como es lógico, se han puesto mollejas y dan un asco que ni te cuento. No hay ningún brik de leche, aunque sí tres latas viejas de cerveza, todas oxidadas, y tropemil garrafas de agua, de cinco litros, que me voy a enguachinar si  quiero un vasito (a ver cómo dejas una garrafa abierta, a la que le falta sólo un vasito, so gastona).
Pero en las habitaciones es peor: ninguna cama tiene puesta su colcha, con lo que los colchones se han llenado de besugos (la humedad, es lo que tiene), la mitad de las bombillas están fundidas, hay una escalera en medio de la habitación (supongo que para cambiar una bombilla. La pena es que el pingüino no pudo finalizar su acción, ¿averiguáis por qué? Pues sí, efectivamente, porque NO hay bombillas de recambio. Encima, al muy petardo, no se le ocurrió recoger luego la escalera) y, en medio de todo, el tendedero, lleno de sábanas. ¿Acaso ha puesto el tío una colada? Pues va a ser eso. Ha decidido lavar las sábanas de las camas y ahí se han quedado, en el tendedero. Pues vaya un plan.
En fin, que yo iba para una noche y, al final, el domingo por la mañana, tuve que lavar ceniceros, colocar cortinas, guardar ropa, desmontar tendederos y no sé cuántas cosas más para que, al final, me tocara irme a desayunar a un bar, porque no quería guisantes con piña.
Pero eso no es lo peor. Lo realmente espeluznante de esta historia es que, muy probablemente, el pobre pingüino no haya sido el autor de tamaño desaguisado, sino yo misma. Pues extraños e inquietantes recuerdos quieren abrirse paso en la neblina de mi cerebro: un cenicero en la mesa, una toalla colgada (puf, ya la semana que viene la quito), una bombilla fundida (pues cualquiera sube ahora a la ferretería), una escalera en mitad de la habitación (¿y a quién cojones le va a molestar, a ver?), un tendedero lleno de sábanas (ya vengo cualquier día, cuando se haya secado todo), una lata de albóndigas abierta a última hora (esto se repone en cualquier momento), un plumero dando en el techo (puta araña, no llego, ¿dónde cojones está la escalera?).
Mientras salgo a desayunar, ahogo estos infames pensamientos. Al fin y al cabo, es mucho más digno tener una casa con vida propia (ya sabéis que los fenómenos paranormales me siguen, allá donde vaya), que reconocer que soy un desastre en la intendencia. Porque ya, a mis años, no se cambia, ¿pa qué?
El caso es que, cuando vaya de vacaciones, al abrir la puerta, volveré a encontrarme este zafarrancho, que ya se me habrá olvidado y pensaré, como todos los años, como toda la vida, que preparar la casa del pueblo para las vacaciones es, además de un coñazo, un estrés y un sinvivir.

4 comentarios:

  1. Querida hermana, como muy bien has deducido, este zafarrancho lo dejarías tú mijma allá por el puente de San Pancracio, o la Feria Mixta, pero lo de la cortina es posible que sea obra de los malajes de los carpinteros que estuvieron poniendo las contraventanas, ya sabes, hombres, y da gracias por que no la dejaran metida en la ducha, que les estorbaba menos. La cuestión de la carencia de latas es cierta, pues confieso que en mis visitas durante este invierno, para dar de comer al pingüino, he intentado llevarme algo y sólo había botellas de agua de 20 litros... Aún así no te quejes, siempre tiene su encanto el hecho de "preparar la casa del pueblo para el verano", encontrar gusarapillos por doquier y rellenar alacenas y armarios. La que suscribe, que se pasa la mitad del tiempo en cada casa, tiene el mismo problema todas las semanas: no compro patatas que tengo en el pueblo, pues no, no compro detergente que tengo en casa, pues tampoco, esta semana limpio, bueno no, mejor el finde, sí hombreee. (Snif, un estrés y un sinvivir)

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  2. Qué gran razón tienes, oh hermana entre las hermanas. No sabes qué gran consuelo es saber que pudieron ser los carpinteros quienes pusieron la cortina a ver la tele. Ya pensaba que yo, en uno de mis arranques de gilipollez, había encontrado una razón lógica para ponerla en el sofá.
    Lo de las latas es uno de los misterios que siempre me acompaña: estoy segura de que, si compro ahora unas cuatrocientas, para reponer lo que falta, cuando llegue descubriré que no faltaba y que, en realidad, el otro día estuve buscando en el armarito del váter (que también sería posible). Es un estrés y un sinvivir, te lo digo yo. Snif.

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  3. ¡Eh, que sí! Que el sábado o el domingo miré y en la alacena había un güevo de latas; no quise coger ninguna para que en tu próxima visita le puedas echar la culpa a los "Mengues"

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  4. ¿Ves? Si va a resultar que, cuando llego yo, se cambian de sitio, las muy putas. Yo no hago más que "de comprar y de comprar" latas y ellas "de esconderse y de esconderse". Los Mengues pueden tener también algo que ver, pero creo que se decantan por las albóndigas. Cabrones....

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