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domingo, 24 de abril de 2011

Si hoy es martes (y huele a porro), esto es Amsterdam

Ya sé que me vais a echar el toro por haberos tenido abandonados estos días, sin el consuelo que os proporcionan mis surrealistas entradas, pero he estado un tanto ocupadilla estas vacaciones, primero viajando (y no tengo blackberry ni me he llevado el laptop o como cojones se llamen ahora) y luego vagueando muchísimomuchísimomuchísimo. Hasta que hoy, por fin, rompo la inercia que me lleva arrastrando cuatro días, para dejaros ver algunas perlas de mis mini vacaciones holandesas.
Porque puede que no os lo creáis, pero nunca había estado en Amsterdam. Yo, que atesoro en mi bagaje viajero destinos que no soy capaz ni de pronunciar (¿es Xánia o Jánia? ¿Sanjenjo o Sanxenxo?), no conocía la ciudad de los tulipanes, las bicis, las putas, los canutos enormes y los canales que no apestan. Lo reconozco, soy una paleta (snif).
Pero como todo tiene remedio en esta vida, dos fermosos amiguetes se ocuparon de solucionar esta cuestión tan insidiosa, embarcándome en un lindo viajecillo de casi seis días a la "Venecia del Norte".
Podría escribir páginas y páginas de esta grande aventura, pero trataré de ser breve, para que alguno consiga leerme hasta el final:
Las bicis, oh, las bicis, el vehículo por excelencia en Amsterdam. Tanto, que fuimos atropellados por unas veintisiete viejas que, sin encomendarse a ningún santo, se abalanzaban sobre los turistas en los carriles bici, los raíles del tranvía, las cuestecitas de los puentes que cruzan los canales, las aceras, el parque, las terrazas de los bares, los museos y monumentos diversos... En fin, que toda la ciudad es un caos de bicis que corren por doquier, día y noche, como posesas. La única forma de evitarlas es tener tú misma otra bici y correr con ellas, en cuyo caso te dejarás las rodillas, narices y otras partes mucho más sensibles de tu anatomía en los adoquines, porque la ciudad, efectivamente, es llana, pero los puentes son un "infienno" y hay que cogerlos con carrerilla, de forma que, al llegar a la mitad, te tienes que lanzar a tumba abierta... atropellando turistas despistados. No, si tiene su lógica.
Lo malo es que, por allí arribotas, la gente es tan civilizada que no chilla diciendo "¡¡¡¡eeeeeeeeeeeh!!!! ¡¡¡¡Quítate de ahí, gilipollas!!!!", sólo hacen un ruidillo (ringring) con sus ridículos timbrecitos. Así no hay quien se entere y menos alguien tan teniente como yo.
Además, como toda la ciudad huele a porro, vas medio atufada mientras conduces, no te hace falta entrar en los coffee shop (aunque puedes entrar, tú no te prives) y si no te basta con eso, siempre hay una tienda de hongos alucinógenos. Qué fuerte, de verdad, los enanos de jardín tenían todos los ojos rojos.
Todo esto te va poniendo en un estado de, digamos, "sorprendidilla", que se ve acrecentado cuando, en medio del barrio rojo, te encuentras, palabrita, ¡una procesión de Domingo de Ramos! Son esas veces que, aunque no os lo creáis, intento decir algo y no encuentro palabras. De mi garganta sólo sale algo así como "jaaaaaaaaarl", pero muy bajito. Me pregunto si las cortinas cerradas de los escaparates eran por deferencia de las putis o porque estaban ellas mismas en la procesión. Curioso que el barrio más famoso del mundo, tenga dos iglesias: la más antigua de la ciudad y una clandestina, de los tiempos en que los católicos holandeses estaban perseguidos. Si levantaran la cabeza los feligreses... les harían los ojos chiribitas (a saber si por las putis o por los petas).
Salí del barrio rojo con cara de tonta y ganas de haber comprado, como "souvenir", un precioso "conejito pollón", color de rosa, siete euros y pico que costaba. Pero luego pensé que, tal vez, mi sobrinilla quisiera un día jugar con él y su padre se viera en una situación comprometida. Nada de conejitos pollones, mejor comprar bulbos de tulipán.
Y esa es otra, no podéis imaginaros la cantidad de tulipanes que hay por doquier: como motivo de azulejos, imanes y otros regalitos, en ramos, en bolsas, en inmensas plantaciones en no sé qué pueblo a cuarenta y tantos kilómetros (unos colegas que nos encontramos nos contaron su feliz visita: un día entero nada más que "de viendo y de viendo" bulbos de tulipán. Emocionante), mercados de tulipanes, macetas de tulipanes, bocatas de tulipanes. Bueno, bocatas no. De hecho, en la cajita de bulbos que compré pone claramente: "producto para plantar, no consumir". Hay que joderse. Supongo que, con el tiempo, añadirán otra advertencia: "no os los fuméis, que para eso tenemos maría".
Al final sale una con la sensación de no ser nada en la vida si no atesora, al menos, cuatro o cinco hectáreas de tulipanes. Como que tuve que ponerme a investigar y ya estoy casi lista para un doctorado en tulipanología. Los más llamativos son los "reina de la noche" (que son oscuros), pero los hay con los pétalos tipo "loro" o tipo "lirio" y con nombres de lo más rimbombante, como "gloria de Holanda", "emperador naranja", "reina madre" o "pretendiente real". En fin, que he adquirido unos conocimientos absolutamente inútiles en materia de tulipanes porque, a mí, se me mueren hasta las flores de plástico.
Tarde ya, descubrí que podía haber empleado mis neuronas en otro tipo de conocimientos más interesantes: quesos. Y es que, allí donde no huele a porro, huele a queso y, al igual que las variedades de tulipán, hay tropemil tipos de queso, grandes y pequeños, redondos o con forma de zueco (palabrita), con hierbas, pimienta, ahumados... qué sé yo. Buenísimos todos. Claro, ya decían en la "antología del disparate" que en Holanda, de cada cuatro habitantes, uno era una vaca. Pues así se entiende que haya tanto queso por todas partes. Y nosotros echándole la culpa a Carlos, uno de mis compañeros de viaje, por sus botas. Seguro que era el puto queso lo que nos atufaba por las noches y él, pobrecito, cargando con las culpas.
En fin, creo que debería dejar ya de daros la tabarra, pero todavía me queda la última cuestión: los canales. Según la voz en off del fermoso barquito que cogimos para recorrerlos, hay más de cien (y más de mil puentes), el más tocho el canal del Mar del Norte. Yo confiaba en encontrar algún buzo asesino, como en una peli muy guay que vi en los ochenta, pero nada, sólo pringue. Eso sí, no huelen a cloaca, como en Venecia. Pero vamos, que no le encontré yo demasiado romanticismo al asunto. Probablemente era porque los tulipanes ocupaban mi mente.
Pues eso, así durante seis días (mooooooooola). Lo malo es que, una vez que pasas las fotos al ordenador, repartes los regalillos a la familia y cuentas cuatro o cinco batallitas (que a tí te hacen morir de risa pero, al que las escucha, le hacen poner cara de "tócate los cojones"), se han pasado las vacaciones, te toca volver a trabajar y, además, tienes unas diecisiete coladas que hacer (con maleta incluída, puto queso), te has gastado una pasta y ya no puedes pasarte ni un euro hasta el año que viene. Y te dices "que me quiten lo bailao" y es verdad. Pero también es verdad que no poder permitirte algo así más que una vez por siglo es (snif y más snif) un estrés y un sinvivir.

4 comentarios:

  1. Completamente de acuerdo en todo, sobre todo en lo del queso, que cuando íbamos a Amsterdam de jóvenes seguíamos una dieta estricta de queso y cerveza y volvíamos con el estómago hecho una guarrerida. Y sí, no tener muuuuuucho dinero para estar todo el día de pingo es un estrés y un sinvivir. Esto me recuerda a Carmina Ordoñez, que en paz descanse, que se iba en septiembre a Marruecos "a descansar" de todos los saraos del verano... Genial.

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  2. Todavía se dilatan y fruncen mis narices, con sólo escuchar la palabra "queso". ¡Qué rico, de verdad! Lo de la cerveza, un poco menos, no las tiran demasiado bien por allí, que se diga. Aunque encontramos un sitio en la plaza Rembrandt, que se llamaba algo así como "el café de la tía Rosi" donde, además de unos vídeos musicales infumables y unos marujones con un marchón que te pasas, pudimos degustar unas, no ya pintas, sino pintones, que no estaban mal del todo.
    Hubiera querido, también, hablar sobre las fermosísimas escaleras de acceso al apartamento que alquilamos (desde arriba parecían el acceso a una mina), pero no me han dejado las agujetas.
    Tanta escalinata y tanto paseo me han dejado mi, ya de por sí, chuchurría rodilla, digna de emular la del doctor House (oh, mi héroe).

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  3. Y ya estamos otra vez dando envidia al personal, oh, cielos. Me queda el consuelo de los tulipanes que están ya a punto de florecer en mi parcela, al pie de un Laurelo, y que harán, en breve, que me transporte allende los canales. (A esto ayudará, por cierto, la aspiración de unos hierbajos que existen en casi todas las partes del planeta, no sólo en Holanda).
    Al hilo de esta última apreciación me pregunto si esa voz en off que cuentas haber oído en el barquito, sería también producto del susodicho producto (juaaaaa).
    Yo he estado en la Alcarria, que además de miel, también tiene queso, y ha hecho un tiempo miserable, y he debido engordar siete kilos (torrijas, limoná, potaje...) y, y, guaaaaa. ¡Qué envidia, tronki! Lo de la cerveza, ya sabes, Heineken, ahí prefiero la Mahou te pongas como te pongas.

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  4. Tal vez tengas razón, bella hermanuela, quizá las voces que oía provenían de otras brumas y no de la niebla de los canales, aunque hablaban un, supongo, perfecto holandés, amén de un inglés de británico acento, que sólo se escucha fuera del Reino Unido. En fin, alucinaciones auditivas políglotas, qué guay.
    El queso y miel de la Alcarria son de todos conocidos, todavía tenemos en Alcalá un tipo que pasa por el centro, no recuerdo si los lunes o los martes, con sus bolsitas. Pero ya no llevan ese elegante blusoncillo gris fogonero, ni la boina. Snif.
    En cuanto a la cerveza, te doy la razón, donde esté la Mahou, que se quite cualquier otra salvo, tal vez, la Ámbar. Esta última, además, te obliga a visitar Zaragoza para catarla, lo cual está muy bien.
    Algunas de mis cebollitas tulipaneras están empezando a brotar y hoy, al cotillear las macetas, he creído ver asomar de una dos patas de percebe... Estoy ansiosa, como el principito y, como él, ignoro si me va a crecer ahí un baobab o qué sé yo. Molaría que saliera un "pretendiente real", con eso de la boda de hoy, no dejaría de ser un acto de justicia poética que, a estas alturas, me salgan pretendientes en la realeza (juacajuacajuaca).

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